BRUNO ELÍAS M.

El arte sin el arte
¿Por qué el Guernica no gustó cuando fue creado? ¿No gustó la belleza de Picasso? Exposición en el Museo Reina Sofía.

Aunque lo deseen los posmodernos, la obra de arte no se independizará jamás de la belleza. El día que lo haga, el arte dejará de ser lo que ha sido a través de miles de años y se convertirá en otro asunto, será la verdadera muerte del arte, asunto que ya pronosticó el Hegel apocalíptico en sus lecciones de 1826, pero que aún, como su fin de la historia, solo vemos sus señales. Pero en medio de una crisis posmoderna de lo artístico advertimos esperanza en nuevas opciones para ver lo bello, quizá bajo otras formas, diferentes de la ya estudiada por los especialistas en estética y en ciencias de la belleza. Uno de esos ejemplos lo notamos cuando abordamos la multiculturalidad del mundo. La antropología cultural nos regaló, sin desearlo, una nueva manera de ver la belleza humana, una diferente perspectiva de la estética como ciencia, no de Occidente, sino del mundo entero. Pero eso apenas empieza. En la multiculturalidad lo bello rota de posición, y esa rotación debe hacer que los conceptos varíen. Vamos a ver si eso es posible.

El crítico tradicional de arte se vuelve loco cuando le hablan de que los pueblos africanos o australianos tienen una forma diferente de hacer arte o de forjar categorías distintas sobre lo bello. En su caso dejan este tema solamente para que se goce aquel que busca lo exótico o lo turístico. No le dan a este tipo de arte el valor que le ponemos al arte clásico, por ejemplo, o al Renacimiento o al arte moderno. Lo miran con desdén.

Lo multicultural del arte

La antropología empírica nos ha regalado una innumerable cantidad de evidencias en esa traslación universal del concepto de arte y de belleza no occidental, para no caer en una crisis de manicomio. Sin embargo, a pesar de esos descubrimientos antropológicos, los taxónomos del arte occidental han desdeñado el arte de los pueblos mal llamados “primitivos”. Lo bello occidental que no valora lo multicultural se convierte, de esta manera, en una categoría excluyente en la mitad de una gran cultura mayoritaria que controla el poder. Es entonces cuando el crítico de arte, y el taxónomo estético, ese que hace las clasificaciones para grandes escuelas de arte, y otros censuradores se vuelven agentes de poder, y en sus textos de estética y arte denigran y excluyen esas otras formas de ver lo bello y de hacer arte desde las culturas no occidentales. La substracción se nota en los términos peyorativos con los que se refieren a las artes indígenas o africanas, hindúes, etc., que son para el crítico de arte tradicional, no mundos inexplorados, sino artes menores. Artes salvajes. Otra forma desgraciada de cómo la crítica abrasiva del arte destruye lo fundamental, y de esa manera se dedican a excluir y exterminar lo bello múltiple, a pesar de que esos críticos hacen parte de aquellos que no se dedican a crear, sino a realizar análisis estériles de lo que no se pueden percatar porque su espíritu es desértico, su alma artística está en ese estado de castrato de la creación artística, esterilizado por su aptitud y accionar. ¿Cuándo un eunuco de estos habrá gozado del sexo artístico? Sobre todo lo vemos instalado en la ciencia positiva de la belleza, esa que denigra de su propio objeto aunque coma y viva de él. Ese tipo de teórico malsano denigra de su proveedor de alimento, limitándolo para poder sacarle mejor provecho, confinándolo, ya no en el espacio o el tiempo, sino al interés ideológico de ese status etnocentrista que se impone desde el poder omnímodo de su crítica.

El arte etnocentrista

La ciencia estética contemporánea, que no ve la multiculturalidad como una igualdad humana de todos los pueblos de la tierra, desecha las experiencias de lo bello universal, suprime las múltiples formas de investigar el espíritu del hombre, no como una unidad, sino como una multiplicidad. Esa ciencia excluyente lo hace no por incapacidad sino por odio, por no querer aceptar que estos pueblos tienen categoría de seres humanos, iguales o mejores que Occidente, de no querer reconocer un status a los pueblos que ellos ven como atrasados y metidos en mundos salvajes. Ese prejuicio etnocida de la estética es tan dañino como el ocultamiento de los rollos griegos por la Edad Media.  La obra de arte se vuelve etnocentrista y cabalmente excluyente de otras formas de belleza aún sin destacar. Reprimidas en sus orígenes, en sus fuentes o mandadas a destruir por los señores esclavistas de la industria que ha controlado el arte occidental. Aquí lo bello puede ser llevado por ese critico estético a lo relativo o desconocido, no para diversificar sino para excluir.

La ciencia del gusto excluyente se puede convertir en una disciplina de la manipulación si la mente humana es condicionada de antemano para que no vea otras posibilidades de ver lo bello y artístico en grupos que viven apartados de las masas. Así la belleza estética es arrancada desde sus raíces.

El arte castrado

El arte por el arte
La obra de la cubana-colombiana Lizandra Herrera tiene una belleza particular. Cortesía.

Esta reflexión nos lleva a plantear que la valoración estética, o sea, el juicio del gusto, no es innato, es cultural, es social, es histórico, es prehistórico, es múltiple. No es alemán ni francés ni griego. Es humano. Si solo vemos el mundo desde una perspectiva monocultural, lo estético y el arte, y por consiguiente las diferentes formas de las culturas, y de ver lo bello, terminan siendo simplificados de una manera vulgar.

Los pueblos con tecnologías y sistemas de control imponen no solo su forma de arte, sino que a su vez castran su competencia. Es una forma ya secundaria del imperialismo universal. Una vez sometida una nación, después de imponerle una lengua agresora, proveniente de aquel que sometió al pueblo, deviene lo otro, se impone una forma de pensar y también una forma de gusto. De esta manera, la estética no ha sido ajena al ciclo de los etnocidios. Si la diversidad de la estética tradicional se basa en la dualidad castrador-crítico de arte, que manipula a un público que ya no valora el gusto, sino que es alienado por una imposición desde arriba de la sociedad, se le está quitando entonces la posibilidad a un pueblo de ser educado en lo verdadero universal y de ver al hombre como un ser histórico que fluye en una multiplicidad de las culturas. Se está haciendo etnocidio subliminal, y ese fenómeno excluyente es tan dañino como el etnocidio colonial.  Atajemos este desatre.

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