(Fragmento del libro El arte sin el arte)

Por Bruno Elías M

Cueva de Altamira. Cortesía Theartwolf

El arte es no solo percepto, impresión que recae sobre el sujeto, estética sensitiva. Uno de los fundamentos del arte como obra de arte, es su objetividad. Me refiero hoy al espacio que usa la obra de arte para mostrarse, ese espacio absoluto de la estética donde se erige la obra que lleva algo bello. Tal espacio físico es real cuando nos referimos al arte, incluso si estas referencias llegan a determinar áreas abstractas como la poesía, el cuento, la novela, en fin, toda la literatura. El espacio físico que busca lo mental es crucial para entender el ideal, ya no solo del arte sino también de la belleza, como ese ente general que contiene lo artístico.  

La asimetría del arte paleolítico

Comencemos con el arte de los primeros hombres artistas. Para el arte primitivo –que tiene un gran parecido con el arte contemporáneo–, el espacio no está basado en líneas rectas definidas, ni tampoco en la imitación de formas naturales, mucho menos en curvaturas constantes ni en elipsis. El escultor de las primeras Venus paleolíticas, halladas en las excavaciones arqueológicas, consignó la idea de un espacio con formas que se acercan a lo oblicuo y lo asimétrico, quizás siguiendo un ritmo o un modelo ya perdido, en la creación de su obra de arte. Ese modelo primitivo no se parecía en nada al modelo del arte occidental. El hombre primitivo no se basaba en la simetría para afinar su ojo y su mano; su modelo de arte seguirá siendo un misterio, y he ahí el porqué del asombro que nos causa esa era mítica. Ya en la época arcaica de las civilizaciones existieron nuevas formas de arte. Egipto y la Mesopotamia son la prueba de que hubo un acercamiento al cálculo y a la exactitud, en lo que al arte se refiere; exactitud estética, aplicada a la construcción de pirámides y palacios que hoy, todavía, podemos contemplar. Desconocemos si la poesía egipcia o su novelística –si es que la hubo–, o lo equivalente a esas áreas estéticas, tenían esta tendencia hacia lo simétrico y exacto. Pues el arte prehistórico no era rígido. Esa rigidez vino a darse en forma preliminar con los egipcios, los semitas, y luego con los griegos. En las diferentes etapas del arte, que van desde lo prehistórico hasta el griego arcaico, la idea de una exactitud deviene de otra: la idea de un espacio finito que se va plasmando poco a poco en las figuras que consolidan la obra de arte como expresión de una cultura. Tal vez la búsqueda de la exactitud en la obra de arte era una manera de imponerle un “tate quieto” al vaivén del pensar y el sentir lo bello como un caos, de buscarle precisión al actuar estético que se manifestaba en la obra de arte. No se sabe por qué los griegos le tenían tanto terror al infinito, tanto pánico a este principio, no solo estético, sino también ontológico y, por ende, lógico.

Lo infinito del arte

El arte griego antiguo le huye –como preso de un trastorno de pánico – al infinito, y hace notar esa aterradora experiencia en sus obras. A la ontología le ocurre lo mismo: como entidad filosófica, la Metafísica filosófica también le tiene un gran espanto al infinito. Ya en el mundo clásico griego, posterior al Siglo de Oro de Pericles, es decir, el siglo V a.C., los filósofos habían tratado de paliar ese temor a la incertidumbre mental causada por aquello que es tratado como “lo incontable”. El infinito era para Aristóteles, por ejemplo, algo que se salía del pensar racional. Que no se podía agarrar y, por ello, se escapaba de lo pensable, de la reflexión. Había que apartarlo. En la filosofía griega el infinito se volvió un inaceptable, pues su uso generaba el caos, ése mismo que impedía llegar a lo reflexivo. También esta incertidumbre le sucedía al arte. La idea de algo infinito no permitía generar la alta precisión que exigía crear una obra bella; para el griego clásico, el caos no puede producir la obra artística.

Lo finito del arte griego

El ideal del arte griego se basaba, entonces, en su contrario: lo finito. Empezando por llevar esa finitud a la precisión y la exactitud en el espacio físico. De esta forma, la obra de arte, sometida a la exactitud, debía estar de acuerdo con unas reglas de orden y una legislación. Y si ese orden se desbarataba, se caía en la paradoja de lo infinito. El infinito es caótico porque no cabe en el actuar del artista. El artista vive cómodo en lo finito, pues allí está el aquí y ahora de la obra de arte. En lo finito, el artista trata de armar su trabajo usando la materia prima que le brinda la naturaleza, y que lo invita a forjar los elementos que transformarán lo espacial y construirán lo bello en la obra de arte. Así, lo finito en el arte genera cordura y tranquilidad. Lo infinito, en cambio, locura y manía. Desorden. La captación de lo finito hace que funcione la mente del artista de acuerdo a principios preestablecidos; la ficción, asimismo, de acuerdo a ciertos límites. Del caos se pasa a lo determinado y preciso, llegando de esta forma a generar una experiencia estética firme y constante. Eso es el arte griego.

 La precisión y la huida que va de lo infinito a lo finito, se da en Grecia con la aparición milagrosa de la geometría, y es indudable que el arte griego, y luego todo el arte occidental, ganaron con la geometría rigidez y exactitud; aprovechamiento de los espacios que, con la geometría, ahora estaban en función de la obra de arte. En los griegos, la geometría, tratada como elemento básico para diseñar el canon artístico, se alza como “la reina del saber”, como el substrato que organiza lo caótico espacial y lo convierte en axiomas y principios, los que luego serán la base para la normativa de todo el arte clásico. El terror por lo infinito llevó a los griegos a dedicarse al estudio de lo espacial, para así extraerle lo máximo a esa categoría física de lo finito.

La geometría como límite del caos

La geometría viene a trazar los límites precisos para no caer en el caos; en este caso sería la hoy denominada “geometría euclidiana”. La geometría clásica constituye esa base para que, en cierta forma, se genere una negación de lo infinito, como principio general de las cosas. La geometría delimitó y objetivó el arte antiguo, poniéndole no solo límites al espacio donde se erige la obra de arte, sino también ciertas reglas de formación a las leyes estéticas, que con el tiempo se convirtieron en máximas inquebrantables aplicadas a la espacialidad, reglamentación que los griegos denominaron Kanon, es decir, las reglas para llegar a construir cualquier obra de arte. La geometría griega, aplicada al espacio real de la obra física como una especie de pre-topología antigua, pudo llevar por buen camino al arte antiguo. El artista griego se volvió un conocedor de lo geométrico y un aplicador de los axiomas puros a cuerpos sólidos, que expresan la belleza en la obra de arte.  La ciencia geométrica para los antiguos griegos era catalogada como un “milagro de Dios”. La geometría no tuvo un autor, un inventor específico; en Grecia, los primeros rollos de los principios geométricos fueron compilados por Hipócrates de Quíos y luego por el famosos Euclides, en sus Elementos. Sin embargo, estos pensadores no eran sino una especie de antologistas, no los autores reales de esta ciencia pura. La geometría se volvió ciencia pura en Grecia y pasó así a regular el canon de muchas escuelas científicas y también de lo bello, tratado ahora como arte. Recordemos también que el canon griego fue el que llevó a Italia a la cúspide, llegando a convertirla en el máximo exponente del Renacimiento. El espacio geométrico es, en el arte occidental, crucial. En la antigüedad griega sufrió dos etapas: la primera consistió en plasmar en sus obras ese terror a lo infinito; y la segunda pasó a convertirse en belleza plástica y de alta precisión, producto del descubrimiento de la geometría; la exactitud en los griegos se volvió una obsesión cultural que se ve en su escultura y su cerámica, incluso en la poesía y en la tragedia. Aunque la poesía no fuera considerada por ellos como arte, sí recibió el peso del canon. Aquí, el geómetra ya no trabaja sobre lo bello del espacio físico sino en la intuición del espacio por el espíritu, y eso aun es una novedad para los hombres. La exactitud en la obra de arte no es, entonces, una novedad del nuevo milenio, como decía Calvino: es un don de los griegos. He aquí la prueba.

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