«Gone
Buried
Covered by the dust of defeat
or so the conquerors believed.
But there is nothing that can be hidden from the mind.
Nothing that memory cannot reach or touch or call back».
Donato Mattera, 1987
[«Ido
Enterrado
Cubierto por el polvo de la derrota
o así creyeron los que conquistaron.
Pero no hay nada que pueda ocultársele a la mente.
Nada que la memoria no pueda alcanzar o tocar o traer de vuelta».
Donato Mattera, 1987]
El re—conocimiento y la verdad. Por qué y para qué discutimos tanto sobre el concepto de verdad, cuando generalmente en las guerras la gente sabe muy bien quiénes fueron los victimarios y quiénes las víctimas. Quiénes hicieron lo uno o lo otro. Quienes se beneficiaron de unos hechos y quienes perdieron. Quienes salieron triunfadores y quienes derrotados. Los y las sobrevivientes lo saben. Los poderosos lo saben.
Quiénes conocen la verdad
Gouvier cita a Lawrence Weschler, en su introducción al libro A Mirale, A Universe sobre una conferencia donde intelectuales discutían el concepto del reconocimiento (Prader & Gouvier, 2003:66):
«Democracias frágiles, provisionales se encuentran una y otra vez yendo hacia un abismo, peleando con el tema de la verdad. Es una noción misteriosamente poderosa, casi mágica, porque muy a menudo todo el mundo sabe la verdad – todo el mundo sabe quienes fueron los torturadores y qué hicieron, los torturadores saben que todos saben, y todo el mundo sabe que ellos [los torturadores] saben. ¿Por qué, entonces, esta necesidad de hacer ese conocimiento explícito? Los participantes le dan vueltas a esta pregunta varias veces – las distinciones parecían particularmente escurridizas y evasivas – hasta que Thomas Nagel, un profesor de filosofía y derecho de la Universidad de Nueva York, casi que por casualidad formula una respuesta: “Es la diferencia”, dijo Nagel vacilante, “entre conocimiento y re-conocimiento. Es lo que pasa y sólo puede pasar cuando el conocimiento se vuelve oficial, cuando se vuelve parte de una escena pública cognitiva”. Sí, dijeron varios panelistas que estaban de acuerdo. Y esa transformación, dijo otro participante es sagrada[1]. (Lawrence Weschler, A Miracle, a Universe: Setting Accounts with Torturers». (New York: Penguin, 1990)
El re-conocimiento de responsabilidad es cuando la verdad se vuelve verdad oficial. Más que verdad —que existe en los relatos de las calles de pueblos y ciudades, las selvas y la diáspora— en Colombia necesitamos re-conocimiento.
Y mi tesis aquí es que el principal re-conocimiento que necesitamos los colombianos y colombianas para lograr una paz estable y duradera, es el re-conocimiento del Estado —cooptado por unas élites— del dolor que han infringido con intención al pueblo colombiano.
El Estado y el re—conocimiento
Es decir, que la violencia ha sido política de Estado. Ese re-conocimiento del rol estructural de victimarios del Estado y sus fuerzas armadas al servicio de una élite nunca lo hemos oído. A menos que sea en casos puntuales y luego de sentencias de la CIDH o por presión como vía amistosa para saldar un caso específico de violación de DDHH. Ese re-conocimiento brilló por su ausencia en el discurso de recepción del Premio Nobel, una oportunidad que hubiese sido magnífica para hacer este re-conocimiento público. Y llevar al Estado en el camino de una transformación de su relación con la sociedad colombiana.
En su discurso de recepción del premio, Juan Manuel Santos, desde Oslo dijo lo que la comunidad internacional quería escuchar, y reafirmó la narrativa violenta del Estado colombiano donde una vez más negaba su rol de victimario y entorpecía el concepto de paz:
«La guerra que causó tanto sufrimiento y angustia a nuestra población, a lo largo y ancho de nuestro bello país, ha terminado».
El Premio Nobel, Juan Manuel Santos, agregó:
«Hoy, distinguidos miembros del Comité Noruego del Nobel, vengo a decirles a ustedes y, a través suyo, a la comunidad internacional– que lo logramos. ¡Llegamos a puerto!.
«Señoras y señores: Hay una guerra menos en el mundo, ¡y es la de Colombia!».
La guerra no terminó
Sólo en 2016, el año en que Juan Manuel Santos hablaba del fin de la guerra, la Defensoría del Pueblo denunciaba que 133 líderes y lideresas sociales habían sido asesinadas (Dejusticia, 2018).
Sabíamos que la guerra contra el pueblo y sus líderes y lideresas no había terminado. Ningún acuerdo de paz en Colombia ha logrado terminar la guerra y el del 2016 no se vislumbraba como la excepción.
Al contrario, la falta de re-conocimiento del rol de victimarios de las fuerzas del Estado, se erigió como una constante durante las conversaciones. Mientras el Estado, medios de comunicaciones y organizaciones de la sociedad civil insistían en exigirle gestos de paz únicamente a la guerrilla de las FARC.
«Héroes»
El discurso de Santos en Oslo el 10 de diciembre de 2016 no sólo proclamaba el falso fin de la guerra, desconociendo además la existencia de otra guerrilla y por tanto malogrando un inicio de conversaciones con con ella. Además afirma el carácter victimario de las FARC (cuando nombra a Bojayá pero no nombra un evento donde el Estado haya sido el victimario) a la vez que exalta a las fuerzas armadas como «héroes»:
«Dedico, igualmente, este premio a los héroes de las Fuerzas Armadas de Colombia. Ellos nunca han dejado de proteger al pueblo colombiano, y entendieron muy bien que la verdadera victoria del soldado y del policía es la paz».
Y además insiste en que las víctimas fueron representadas por el Estado en esas negociaciones:
«Y lo recibo –sobre todo– en nombre de las víctimas; de más de 8 millones de víctimas y desplazados cuyas vidas han sido devastadas por el conflicto armado, y más de 220 mil mujeres, hombres y niños que, para nuestra vergüenza, han sido asesinados en esta guerra.»
Es decir, como jefe de Estado, en vez de reconocer el carácter victimario de este, se nombra a sí mismo como un portavoz de las víctimas, que recibe en nombre de ellas, el premio.
Es esta insistente narrativa desde el Estado, que se mantiene independientemente del sector de la élite en el poder, los liberales como Santos o los Uribistas como Duque, lo que no hace posible avanzar al colectivo de víctimas en la definición de un debate sobre la verdad, la memoria y la reconciliación. Estos siguen siendo conceptos casi mágicos, como lo formulaba Lawrence.
Sigue la violencia
A cuatro años de la firma del acuerdo entre el gobierno de Santos y las FARC-EP, el panorama de la vida social y política en el país continúa siendo violento. La guerra que había llegado a su fin, según Santos, es la realidad de la mayor parte del país. Y las víctimas siguen siendo los más pobres, los que piensan diferente. Los que se oponen al proyecto político y económico de las élites, sean ellas Santistas o Uribistas. Porque el proyecto económico lo comparten estas élites y no está susceptible a ser discutido[2].
La implementación del acuerdo es baja. Sobre todo, se incumple con lo más básico: garantizar la vida de los y las exguerrilleras que decidieron dejar las armas y pactar con el Estado. Sin embargo, la narrativa del Estado y sus fuerzas armadas como protectores y garantes de seguridad de los y las colombianas se mantiene, como con Santos.
En un día de octubre de 2020, en un almacén de cadena, La 14 en Cali, sobresalía en las estanterías junto a las cajas de pago un libro entre otros: “¿Por qué los matan?” se lee en letras grandes que cubre casi toda la caratula. En la parte inferior en letra más pequeña:
«En Colombia cada día asesinan dos líderes o lideresas sociales. Radiografía de un fenómeno que está matando nuestra democracia».
El autor es Ariel Avila. Lo primero que se podría pensar es que en más de cincuenta años de conflicto interno aún los intelectuales del país se dan el lujo de hacerse la pregunta «¿por qué los están matando?». Quizás lo que ha contribuido a la confusión es el cambio de nombre que en cada época se les da a estas víctimas: liberales (en los 40s y 50s), campesinos, simpatizantes de A Luchar, simpatizantes de la UP, guerrilleros, sindicalistas y en la última década el genérico «líderes y lideresas sociales».
Las dinámicas de la guerra cambian, pero existe una constante: existen unas víctimas que deberían ser llamadas más claramente opositores/as. A pesar del cambio de época se caracterizan por su oposición al modelo económico de las élites, y la segunda constante es una omisión de nombrar los victimarios; quienes las asesinan parecen ser actores mágicos.
En la explicación sobre el contenido del libro en Internet se lee:
«Dos ideas rondan el libro en forma transversal. La primera es que la violencia procesa la política, es decir, la violencia es utilizada como un mecanismo de competencia política. Asesinan líderes que hacen control político y fiscal, para evitar que reclamen verdad o tierra. La segunda es que cada crimen representa una herida para la democracia, que desaparece en los niveles local y regional en favor de modelos autoritarios de gobierno.»
La primera idea que ronda el libro debería ser obvia en el 2020 y llamar claramente que lo que se ejerce en Colombia es violencia política. ¿El control político y fiscal se le hace a quién/es? A las élites en el poder local, regional y nacional. La segunda es también obvia para el año 2020: la frágil democracia colombiana se sostiene sobre la eliminación física de los opositores y opositoras.
Agenda para el re—conocimiento
El salto que necesita el país es pasar de obviedades a agendas políticas desde las víctimas. Una agenda donde no sólo exijan verdad (la que los sobrevivientes ya saben, los torturadores ya saben y todos ya sabemos) y pasar a exigir el re-conocimiento de responsabilidad del Estado victimario.
No como un re—conocimiento en casos puntuales. Se trata de un re—conocimiento político de carácter estructural e histórico por la adopción de la violencia como política de Estado por las élites. Se sean del color político que sean liberales, conservadores o uribistas[3].
Correa identifica tres fases en la conformación de las Comisiones de la Verdad y Reconciliación. Dice que los grupos de víctimas deberían prestar especial atención: definición del debate, determinación de políticas de reparación e implementación de esas reparaciones (Correa, et. Al, 2009).
En la primera fase las víctimas traen sus cuestiones prioritarias a la mesa. En la segunda se define el universo de víctimas y las clases de violaciones que deben ser reparadas. En la tercera los grupos de víctimas pueden ayudar a monitorear la implementación de esas reparaciones.
Sin embargo, es en el primer punto que el debate a nivel nacional aún no toma el salto cualitativo para exigir el re-conocimiento del Estado como un todo de su responsabilidad por victimario.
El re—conocimiento para la reconciliación
El re-conocimiento de responsabilidad es una pre-condición de la reconciliación que es entendida en la definición de Bronéus como «el proceso social que involucra el re-conocimiento mutuo de sufrimiento pasado y el cambio de actitudes y comportamientos destructivos en relaciones constructivas hacia una paz sostenible»[4] (Bronéus, 2008:12).
El re-conocimiento es un primer paso, diferente del pedimento de perdón, en donde el re-conocer los malos comportamientos y hechos toman lugar. El sufrimiento pasado de las víctimas en los conflictos están conectados a las violaciones de derechos humanos.
En este sentido, el re-conocimiento significa reconocer las violaciones sistemáticas de los derechos humanos al universo de víctimas afectadas. Se garantiza la reparación y compensación. Se obliga al Estado crear una cultura de paz y respeto a los derechos humanos.
El Estado colombiano cuenta con unos «Lineamientos para llevar a cabo procesos de reconocimiento público de la responsabilidad en la comisión de hechos victimizantes y solicitudes de perdón público”. En estos lineamientos se lee que:
«Por lo anterior, el impacto de las medidas simbólicas y en particular de los procesos de reconocimiento público de responsabilidad y solicitudes de perdón, debe proyectarse más allá de su capacidad de reconocimiento sobre hechos puntuales, asumiendo como propósito fundamental la superación de tradiciones culturales, políticas, económicas, y sociales de carácter estructural que reproducen relaciones desiguales y por tanto discriminatorias y violentas, preexistentes al conflicto armado, pero exacerbadas en éste, y aquellas inherentes a la guerra e impuestas por los actores armados, que han marcado todo el tejido social». (Lineamientos, 6).
Es decir que, en este documento, están ya las pautas de las cuales el grupo de víctimas puede exigir pasar a un reconocimiento no sólo de hechos puntuales, sino sobre todo estructural.
Mantener esa mirada y ese horizonte donde las exigencias de voluntad de paz, gestos de paz y transformación de las políticas de violencia sea dirigida al Estado y sus élites. Y evitar así que el concepto de verdad continúe siendo un concepto mágico, donde todos y todas la conocemos. Pero aún no hace parte de la escena cognitiva pública. La vara para la definición del debate sobre este re-conocimiento es alta.
El ejemplo chileno
Los chilenos y chilenas han demostrado que la vara puede y debe estar alta. Con la consigna de «borrar tu legado será nuestro legado», los chilenos y chilenas han logrado derrotar la constitución de 1980 del dictador y victimario.
Esa constitución fue rematada con «amarres» que dejara su legado político en la constitución «atado y bién atado». La actual generación de chilenos y chilenas logran así una victoria política y también un momento de «irrupción de memoria» (Wilde, 1999), removiendo un elemento que parecía inamovible: el símbolo mismo de la dictadura, la violencia y exclusión como política estatal.
Bibliografía:
Ball, Patrick; Rodríguez, César; Rozo, Valentina. 2018. Asesinatos de líderes sociales en Colombia en 2016–2017: una estimación del universo. Dejusticia.
Bronéus, Karen. 2008. Analyzing Reconciliation. A Structured Method For Measuring National Reconciliation Initiatives. Peace and Conflict, 14. Pp. 291-313.
Gobierno de Colombia 2014-2018. “Lineamientos para llevar a cabo procesos de reconocimiento público de la responsabilidad en la comisión de hechos victimizantes y solicitudes de perdón público
Praguer, Carol A. & Govier, Trudy. 2003. Dilemmas of Reconciliation. Cases and Concepts.
Wilfrid Laurier University Press.
Wilde, A. 1999. Irruptions of memory: Expressive politics in Chile´s transition to democracy. Journal of Latin American Studies 31: 473-500.
[1] Mi traducción.
[2] Como lo dejaba en claro Juan Manuel Santos durante las conversaciones y le daba garantías a los empresarios de la ANDI de que este modelo permanecería intacto. Ver Discurso de Juan Manuel Santos a la ANDI 13 de agosto de 2017. http://es.presidencia.gov.co/discursos/170811-Palabras-del-Presidente-Juan-Manuel-Santos-en-la-clausura-de-la-73-Asamblea-de-la-Andi
[3] De hecho, generalmente no sólo se alternan sino que cooperan. La conservadora Martha Lucía Ramírez fue por ejemplo la ministra de defensa en el primer gobierno Uribista. El liberal Juan Manuel Santos fue ministro de defensa en el segundo gobierno uribista. El conservador Andrés Pastrana y el liberal César Gaviria apoyaron cada uno al uribista Iván Duque en su campaña a la presidencia.
[4] Mi traducción del inglés.