—Domingo Cultural—
Por Bruno Elías M.
A diferencia de la monumental obra de Kant, la tendencia académica en el arte de los siglos XX y XXI es la de querer convertir todo indicio de lo estético en un conocimiento gobernado por la macabra ciencia positiva. El modelo positivista se ha vuelto una enfermedad, una verdadera pandemia del espíritu occidental. Y el daño es directamente al entendimiento humano. La estética como disciplina del conocimiento no ha escapado a este contagio. Muchos trabajos sobre teoría del arte y de la pretendida ciencia estética, han caído en este abismo. Ya es muy difícil su rescate. Empecemos por abordarlos de manera tangencial, ya que un trabajo detallado llevaría volúmenes enteros.
El postivismo estético
Una de las primeras características del positivismo estético, con la cual podríamos detectar su invasión colonial, es querer asimilar la disciplina estética y la de los estudios del arte, sometiéndola a una taxonomía descriptiva, al igual que sucede con la psiquiatría o la biología, supuestamente para generar las bases de una ciencia empírica estética constatable con carácter de pronóstico y previsión. Un exabrupto. Esa tipología propia de las ciencias fácticas y estadísticas ha llegado al territorio del arte y la belleza. Un desconcierto completo. El positivismo y el cientifismo hacen desastres en los detalles del gusto y la belleza, incluyendo el arte. Una intención inicial de este positivismo estético es la de querer establecer principios generales de la lógica positiva en los análisis del arte, en la crítica, en la teoría del arte y en la estética. Al tener principios generales, el estético positivo actuaría como el científico, así el esteta podría instituir, establecer y fundar sus postulados a partir de hechos positivos observables y verificables, y poder entonces llevar a cabo una detallada generalización, sobre todo de las afirmaciones del juicio de gusto y de los estados del sentimiento humano. Una locura sin locura. Así, el arte se convierte en cuadritos, dispuesto para ser destruido por los análisis cuantificados de expertos positivistas, por los peritos y técnicos del conocimiento evidencial, dispuestos a reemplazar lo bello y a desarrollar teorías de información y manipulación mental.
La propuesta positiva en el arte es una propuesta generalizadora, que pretende abarcar situaciones con pretensión de universalidad y con imposiciones teóricas para llenar el hueco de lo innombrable en el arte. Este tipo de tendencia estética busca evaluar la belleza a partir de la mera observación empírica y trata a los objetos de arte solo a partir de situaciones que produzcan evidencia y factores de cuantificación. El arte, metido en la ciencia de la certeza, se castiga y tiende a su destrucción. El efecto inmediato es la robotización científica sobre lo bello. El positivista se siente satisfecho con esa taxonomía y esas generalizaciones cuantitativas. Sin para él un logro de ciencia. Eso le genera al cientifismo estético contemporáneo, una convicción por su labor cuantificadora, la cual es vista como la última vanguardia y punta de lanza en el análisis de lo estético. En el fondo, lo que los positivistas buscan es tejer una teoría universal del arte que dé cuenta de todas las formas posibles de realización multicultural con pretensión de universalidad, en todas las naciones y en todas las épocas. Algo así como lo que quería hacer Stalin con el arte: una doctrina última para ya no pensar más nunca en la belleza humana, y dedicarnos entonces nuevamente al cultivo del trigo y al horno proletario que lo convierte en pan físico, olvidándose del pan imaginario, de la oda al pan. El positivismo estético es pariente del comunismo estético de Stalin, pues ambos buscan suprimir de facto el misterio sobre lo bello, el gusto, el sentimiento, el placer y el dolor, para solo dejar el dato frio e impetuoso que se burle de la obra genial.
La crítica positivista
Los positivistas que detestan la metafísica quieren dejar ya resueltas esas cosas del misterio trascendental de lo bello. A partir de estas intenciones, lo primero que aprende el iniciado en el cientificismo estético es a registrar los hechos de arte; intenta clasificarlos, explora con la catalogación, arma inventarios, repertorios, busca principios taxonómicos que unan lo particular con lo general y sirvan de base para modelos explicativos de la belleza humana y el arte. La investigación empírica entonces se vuelve una reina del saber estético, por encima de la creación histórica del arte y de sus analistas habituales. Si ya la crítica tradicional del arte era sentida como un garrotazo para el creador de obras del gusto y el sentimiento, ahora la crítica positivista se vuelve mortalidad para lo estético y el arte, sobre todo en esa última fase de la belleza humana donde se cultiva un arte sin el arte.
En otras palabras, la estética solo valora lo descriptivo y lo normativo del arte. En el positivismo estético, con su investigación empírica que reemplaza al talento y los dones, el artista se vuelve una simple máquina humana de reproducción masiva de artículos de gusto, dispuesta para ser usada por cualquier forma instrumental en la industria cultural y las nuevas organizaciones de esclavitud y trata de esclavos de la belleza contemporánea. Aquí el cientificismo estético llegó a un extremo: al establecimiento de las propiedades de los objetos de arte, solo con intención de generalización, buscando las propiedades artificiales para generar una estética positiva, instaurando la percepción de lo artístico manipulado e instrumental sobre todo dirigido a ese público que se convierte en un simple consumidor.