Para mí que escribo como observadora, los acontecimientos un tanto apresurados que precipitaron la convocatoria a las urnas en España fueron indicios de una nación dividida. En efecto, tanto para François-Xavier Gomez, escribiendo para Libération, como para Patrick Kingsley, en Times, tres factores se cernían como sombras preocupantes sobre la jornada electoral convocada por el Primer Ministro, Pedro Sánchez, a saber: (a) la intentona catalana de declarar la independencia unilateral (y la férrea respuesta de Madrid), (b) la caída del gobierno derechista de Mariano Rajoy por razones de corrupción, y (c) el aún más reciente campanazo de alerta que dio la extrema derecha con los resultados del partido Vox en Andalucía, en el que logró visibilidad no obstante ser la región un fortín totalmente ajeno a esa expresión extremista del sentir público.
Así las cosas, el panorama no lucía promisorio para la agenda pública cercana a los ideales de un Estado a tono con las demandas sociales. Los resultados ya son ampliamente conocidos y han sido analizados en detalle. En este artículo propongo como pregunta central el problema planteado por los resultados para la extrema derecha.
En sus más recientes versiones, la derecha en sus expresiones extremas presenta unos rasgos centrales que se hacen presentes en los diferentes lugares en los que ha triunfado electoralmente. Entre esos rasgos sobresalen:
- Políticas anti inmigratorias, con lo cual se destaca su rasgo acompañante, a saber: xenofobia exacerbada.
- Austeridad en el gasto público: salud, educación y pensiones como focos preferenciales en la reducción presupuestal.
- Incremento en el gasto en defensa.
- Reducciones de impuestos al gran capital.
- Desatención en el cuidado al medio ambiente.
- Cooptación de los grandes medios masivos de comunicación.
Aunque no todos esos rasgos son aplicables al caso español (debe señalarse, por ejemplo, que el virus xenofóbico que vuela por doquier en Europa, so se impone en España), era de temerse que ocuparan lugares preferenciales en los debates electorales.
De otra parte, España presentaba su propio menú de preocupaciones.
La cuestión secesionista había cobrado nuevo vigor. El impulso que el gobierno de C. Puigdemont le dio a la independencia catalana puso en entredicho el pacto cristalizado en la Constitución de 1978. Al parecer, la autonomía constitucionalmente garantizada es, en el mejor de los casos, un camino que se ha quedado a medio andar teniendo en cuenta que las aspiraciones regionales en Cataluña miran hacia un horizonte aún más amplio.
Si bien un regreso de la derecha era dudable, el surgimiento de una facción estridente como Vox en un ambiente que se debatía entre la unidad nacional y el reclamo de independencia regional hacían temer la posibilidad de ese retorno. La derrota del gobierno de Sánchez, que obligó a la convocatoria a las urnas, así lo demostraba. Sánchez había logrado derrotar al PP de Rajoy gracias a las alianzas regionales, y es ahí donde el nombre del catalán Ciudadanos salta a la superficie. Su papel clave en la derrota de Rajoy en el verano pasado no pareció ser para Sánchez lo suficientemente importante. Ante la negativa de Sánchez a conceder un referendo por la independencia de Cataluña, Ciudadanos rompió la alianza. Para hacer más crítica la situación de Sánchez, la convocatoria a las urnas se dio justo cuando en Madrid se adelantaba el juicio por rebeldía y sedición a los líderes de la declaratoria unilateral de la independencia de Cataluña.
No obstante el panorama sombrío para la construcción de una España afín a los ideales democráticos y de bienestar social, se puede decir que, en general, los electores se expresaron en contra de las aspiraciones de las derechas, y mostraron que ellas no constituyen los sectores mayoritarios. Sin embargo, las derechas, tanto la extrema representada en Vox como la del PP, demostraron que pueden incidir en la opinión pública y los medios de comunicación.
El consenso general coincide en afirmar que el gran derrotado es el Partido Popular. Su ya conocida asociación a la corrupción parece no tener límites a la hora de beneficiar el gran capital español.
Si bien la izquierda jugó un papel protagónico, también llego con algunos retrocesos. Podemos, que se presentó con un nuevo nombre, consiguió menos escaños de los que ya había ganado en el pasado.
Con todo, fue finalmente el PSOE el que avanzó para retomar la posición de liderazgo que había tenido en el pasado. Por ello, se levantan nuevamente las preocupaciones teniendo en cuenta la forma en que ha ejercido el poder.
Por una parte, se deben tener en cuenta las condiciones en las que la izquierda asume ahora la vocería de España. Al lado del PSOE está la coalición Unidas Podemos, coalición electoral formada por Podemos, Izquierda Unida y Equo. Estas tres fuerzas que concurren juntas, han publicado por separado las directrices que tomará cada partido político.
Unidas Podemos recibió el voto de la izquierda social y, en general, de la generación más joven. Para algunos, no se llego más lejos porque en esta dinámica electoral entra en juego el conocido “voto útil.” Sin embargo, no se debe desestimar el impacto que ejercen en la población juvenil las políticas de austeridad y los levantamientos populares. El caso emblemático español es Indignaos! cuyo lazo con Podemos fue muy importante.
No hay claridad sobre la visión de transformación futura, la visión de país que cada facción encarna. Unos abrigan propuestas de largo alcance. Otros, más pragmáticos, ofrecen una plataforma ecléctica en la que el concepto de transformación se diluye en el de reforma. Podemos, por ejemplo, había empezado con un proyecto coherente y radicalizado por Indignaos!, los desocupados. En su ejercicio político terminó convirtiéndose en una fuerza dispersa y se requiere todo el liderazgo para que pueda encabezar un proyecto integral. Esa dispersión afecta a mucha gente que apoya, asiste a las reuniones, pero descubren que sus líderes, en vez de luchar por transformaciones, luchan entre sí. Los motivos de debate son los de siempre. Los debates por los fueros, quién va a presentarse como candidato, etc. La dispersión es grave, por cuanto la confusión resultante es instrumentalizada por la agenda del gran capital.
El desencanto en los electores es notorio. La persona común va por un partido aspirando a que esa colectividad sepa lo que busca y conozca la metodología a seguir y las tácticas para adoptar.
De otra parte, quizás vale recordar en este punto algo de la historia de la España post-Franco. El PSOE era el partido en el poder cuando se dio la integración de España a Europa. El euroescepticismo, si bien minoritario en España, también se hizo sentir entonces por lo que se vio como una renuncia a la autonomía local. El Tratado de Maastricht no ha sido del agrado de las autonomías regionales a lo largo y ancho del continente. La moneda común es una manzana cuya discordia parece no resolverse, y menos aún luego de lo que la crisis griega lo puso en evidencia. Con todo y que se renuncia a las autonomías locales, se carga con el fardo de las responsabilidades económicas compartidas por todos a despecho de las diferencias ostensibles entre región y región.
El PSOE carga con el rótulo de ser el partido que se ha negado a representar un avance en los problemas estructurales que afectan a los trabajadores, que se ha sometido a los poderes de turno y que, en particular, ha afectado a los trabajadores y favorecido al capital financiero.
Sin embargo, a estas alturas, la mayoría de la gente no quiere pensar en esos desafíos. España pasa por un buen momento económico, en buena parte debido a su integración europea. El euroescepticismo no es la fuerza dominante que es palpable en Italia y Polonia. Tampoco es España un terreno como para que florezca la semilla de un referendo tipo Brexit (Se dice que quizás salga favorecida con un potencial retiro de Inglaterra en lo relacionado con el enclave británico de Gibraltar).
Hay otro elemento aún no mencionado que no necesariamente tiene una injerencia directa e inmediata sobre el resultado de las elecciones pasadas. Es un elemento que vale la pena mencionar por cuanto constituye un silencio ya largamente sostenido del que recientemente se empieza a hablar. Se trata de la huella dejada por la dictadura de Francisco Franco.
Viene a la mente una vieja canción del juglar asturiano Víctor Manuel. Él la compuso justo después de la muerte de Franco y cuando España delineaba su futuro. Que no cese la esperanza, era el clamor del juglar, pues reconocía que
…nunca había soñado con un rey…
es tan desigual esta partida de ajedrez,
ellos tienen votos y el poder.
Sí, en efecto, lo primero a destacar es la derrota de la ultra-derecha. No obstante, la partida de ajedrez sigue siendo desigual. El triunfo del Partido Socialista Obrero Español y sus asociados (Unidas Podemos y los regionales), no significa que se haya producido algún cambio en la estructura: queda España con la política de apoyar aventuras imperiales, aclarando que hablamos de las áreas geopolíticas de influencia, también de avasallamiento de individuos, comunidades y el medio ambiente y de un paso mayor de acumulación del gran capital.
Entonces, es muy relativo el éxito. Se podría decir que la derrota electoral de la ultraderecha es más una victoria sobre lo negativo, antes que una visión de transformaciones sociales. Así, por ejemplo, una lectura del programa del PSOE resalta solamente reformas como reducir el número de contratos basura, los trabajos temporales. Sin embargo, la historia del PSOE los muestra como un partido a favor de la tercerización del trabajo.
Si bien el panorama previo a las elecciones estuvo caldeado por el protagonismo de los regionalistas, con los vascos y los catalanes a la cabeza, no se podría enfatizar en su prominencia. Es posible que con el PSOE, sus demandas sean tramitadas por la vía de la transacción: exonerar de toda culpabilidad anticonstitucional a los líderes de la declaración unilateral de la independencia de Cataluña, pero sin darles ninguna independencia; tal vez incrementar el flujo de capitales de Madrid a Barcelona, pero no la liberación particularmente de los independentistas catalanes y vascos.
En el mejor de los casos con el PSOE se podrían ver algunas mejoras en el salario mínimo, algún aumento de impuesto sobre los ricos, alguna adaptación de las necesidades más urgentes de los más pobres. Pero más allá de eso los más ricos van a seguir en el poder, los banqueros van a seguir dominando las finanzas y podemos decir que es un ajuste más que una transformación de la política.
¿Fue derrotada la ultraderecha? Electoralmente, sí. Estructuralmente, no. La derrota de Vox, PP y Ciudadanos es bienvenida. La xenofobia y el racismo retroceden un poco, lo cual es motivo de celebración. Sin embargo, volviendo a Víctor Manuel, “prosigamos en la lucha,” pues aún hay agenda por trabajar.
Sigue haciendo falta la construcción de un proyecto amplio que transforme la estructura del poder, uno que no se limite solamente a los acuerdos electorales, que pueda construir una plataforma política con credibilidad con temas centrales como el medioambiental, los derechos fundamentales, que invierta en lo social y que avancen los trabajadores, las mujeres, los sectores excluidos del bienestar y el bien común.
Sigue el desafío de un modelo económico al servicio de la vida, por tanto no deben haber expectativas altas, todo lo contrario por ahora la opción fue por el mal menor.