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Israel, Irán, EE. UU. y el desmoronamiento del viejo orden global

¿Qué pasa cuando las reglas del juego dejan de aplicarse a los que las inventaron? Mientras los misiles vuelan entre Israel y Teherán, y Estados Unidos bombardea instalaciones nucleares con una precisión quirúrgica pero con consecuencias tectónicas, el mundo asiste en directo a algo más profundo que una guerra: el colapso del viejo tablero geopolítico.

Esta no es otra escaramuza en Medio Oriente. Es el ensayo general de un nuevo reparto de poder.

El mundo ya no gira como antes

Hasta hace poco, las guerras eran regionales, las sanciones eran suficientes y la disuasión nuclear mantenía los dedos alejados de los botones rojos. Pero el ataque de EE. UU. sobre sitios nucleares en Irán, bajo la bandera de “proteger a Israel”, rompió con décadas de ambigüedad estratégica.

¿Está Estados Unidos defendiendo la estabilidad o simplemente su hegemonía amenazada?

“Esto no es defensa. Es imposición. EE. UU. vuelve a jugar a ser policía, juez y verdugo del orden mundial”, denunció esta semana el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en la ONU.


¿Salvador o reincidente?

El Pentágono asegura que sus ataques han sido “quirúrgicos”, dirigidos solo contra infraestructuras clave. Pero la narrativa no convence a todos. Desde Irak hasta Qatar, las calles vuelven a llenarse de manifestantes que ven en el águila americana no un símbolo de libertad, sino de oportunismo.

La Casa Blanca repite una historia conocida: defender la paz atacando primero.
¿Pero cuántas veces puede Occidente destruir para salvar?

No olvidemos que la última vez que EE. UU. “previno una amenaza nuclear”, en 2003, buscaba armas de destrucción masiva que nunca existieron en Irak. Hoy repite el libreto, esta vez con un Irán que —según informes del OIEA— estaba enriqueciendo uranio a niveles preocupantes, pero sin pruebas contundentes de un arsenal listo para uso inmediato.


Irán, el chivo expiatorio perfecto

Irán no es una victima: sostiene milicias por toda la región, apoya a Hezbolá, a los hutíes, y ha amenazado públicamente con borrar a Israel del mapa. Pero también es el enemigo perfecto para justificar operaciones que reafirman la presencia militar estadounidense en Oriente Medio justo cuando China y Rusia empujan por zonas de influencia alternativas.

Y mientras tanto, ¿quién paga?
Las víctimas: civiles muertos en Isfahán, niños israelíes corriendo a refugios antiaéreos, refugiados sirios atrapados entre fronteras, y la verdad, cada vez más asfixiada por la propaganda.


China y Rusia: esperando en la sombra

Cada misil que EE. UU. lanza, cada réplica iraní, fortalece a quienes han jugado a la paciencia estratégica.

China ofrece “diálogo” pero negocia petróleo más barato con Irán.
Rusia denuncia el “imperialismo” mientras prueba sus drones en Siria y vende armas a todos los bandos.

Ambos saben que el caos debilita a su rival más grande: Washington.
Y mientras EE. UU. gasta miles de millones en mantener el fuego a raya, ellos construyen puentes —comerciales, políticos, mediáticos— hacia el nuevo mundo multipolar.


¿Y la paz?

La ONU clama. Europa titubea. Arabia Saudita y Turquía intentan calmar las aguas mientras sus propias poblaciones se polarizan. Pero nadie, hasta ahora, ofrece un plan concreto para detener esta escalada que ya cobró más de 430 vidas iraníes y ha dejado decenas de muertos en Israel.

¿Quién dirige esta orquesta desafinada donde todos tocan tambores de guerra pero nadie tiene una partitura de paz?

Lo que estamos viendo no es sólo una guerra: es una señal.
La arquitectura global que emergió tras la Segunda Guerra Mundial —basada en acuerdos, alianzas y diplomacia— está oxidada. Y ahora, frente a los ojos del mundo, se prueba si todavía sirve… o si será arrasada por los mismos que la firmaron

El silencio de los poderosos, el doble rasero de la justicia internacional, y la apatía ciudadana alimentada por la saturación mediática, son las armas más letales.

Hoy la guerra no solo se libra con misiles, sino con la indiferencia.
Y quizás, como en los tiempos de los imperios, el mapa del mundo no cambie por tratados, sino por fuego.

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