Todavía se siguen moviendo las redes escandalizadas con el anuncio reciente de Ángela María Robledo de romper sus vínculos con Colombia Humana. La noticia se regó bajó el encabezamiento “Robledo rompe con Gustavo Petro.” Se entiende que, por una parte, esa forma de comunicar la noticia tiene que ver con el protagonismo central del dirigente no solo en su movimiento político.

Margarita Rosa de Francisco con Lilia Solano.

Sin embargo, por otra parte, la personalización en Petro de la distancia que Ángela María Robledo toma respecto de la colectividad política bajo cuyas banderas había militado en los últimos años, toca una fibra sensible que está en el fundamento, no solo de esta decisión, sino también de la participación de las mujeres colombianas en la vida pública, el derecho no solo a participar sino a tener una opinión formada.

Desde mucho antes de la primera cédula de ciudadanía expedida a una mujer, en 1956, (según la Registraduría Nacional del Estado Civil con el número 20.000.001), la mujer en Colombia ya venía participando activamente en la vida pública. Mujeres como Manuela Beltrán, Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta y tantas otras que poco se mencionan, son herederas de lideresas de los pueblos originarios que las precedieron. En tiempos modernos se recuerda la propuesta de ley del 10 de diciembre de 1934 defendida por Jorge Eliécer Gaitán que aprobaba el ingreso de la mujer a la universidad. La historia no puede ocultar la fuerza que siempre ha acompañado las luchas de las mujeres por ocupar su lugar de preponderancia en la construcción de nuestra sociedad.

Y ese es el detalle a resaltar ahora que el actual clima de discusión política pone al desnudo la emergencia de posturas de las mujeres como antídoto al polo opuesto que ha dominado el acontecer político del país por centurias. El discernimiento de la presencia de un espacio que pone sobre la mesa el territorio vasto de la participación política de las mujeres, una especie de tierra que se mantiene en sintonía con las expectativas de vida colectiva que se esperan de un Estado social de derecho.

El aporte de las mujeres formadas políticamente, si bien siempre existente, se perfila cada vez con mayor claridad como un espacio de participación que fomenta diálogos francos y desapasionados, alergias a los caudillismos, participaciones colectivas, reconocimiento de la heterogeneidad de los espacios políticos, polifonías de voces, recuperaciones críticas de las lecciones de la historia, mayormente de la historia reciente, celebración de la diferencia, grados mayores de tolerancia.

Un rasgo de importancia suprema en esas heterogeneidades, polifonías y diversidades lo está aportando la participación activa de las mujeres, se abre allí todo un ámbito para que sean ellas las que lideren los procesos renovadores de la sociedad colombiana. En el centro de la discusión hoy están nombres de mujeres que copan la atención nacional, algunas de las cuales dan ya muestras evidentes de ejercicios sensatos del poder público, para ilustrar basta con mencionar la sabiduría de Margarita Rosa de Francisco, al rechazar la propuesta de encabezar la lista al senado de la Colombia Humana o de ser la formula vicepresidencial, en forma muy contundente ella dijo que no estaba preparada en este momento.

Sin embargo, las tentaciones acechan. Incluso desde diferentes partidos políticos se viene incurriendo en el error de instrumentalizar la presencia de la mujer. A medida que se van barajando nombres con miras a las contiendas electorales del próximo año, los de las mujeres deben aún librar una pugna más seria para mantener la propuesta de la paridad.

Es posible que en esta etapa de la historia se esté aún en un proceso de desmonte de antiguos arquetipos androcéntricos. Esos viejos esquemas tienen la capacidad de sobrevivir. Si bien un candidato o candidata ha de tener una imagen pública, es cuestionable que esa imagen se busque allí donde la mujer ha sido utilizada para la cimentación del edificio patriarcal: acorde a patrones androcéntricos, el ingenio femenino a imagen y semejanza de una pretendida sabiduría masculina; esto es, la mujer en tanto invención del varón, como solía denunciar Simone de Beauvoir.

En un trino de hace algunos días Florence Thomas recordaba tiempos pasados en los que ella participó en el sueño de la creación de un partido político de y para mujeres: “Bien por Angela María Robledo…Yo si se lo que no es encontrar espacio para expresarse en clave feminista y…Peor en los espacios de la política partidista…Me acuerdo cuando soñábamos con un partido de mujeres!! Si…Era un sueño” (10 de enero, 2021).
Al parecer, algunos hombres aún no lo ven así. Quieren solo ceder algunos puestos en el bus de una historia que anhelan controlar y perpetuar.

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