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Rodolfo Segovia: el hombre que dejó huellas
Rodolfo Segovia: el hombre que dejó huellas

En Colombia, donde tantas veces el poder se ejerce sin historia y el éxito se mide en aplausos vacíos, el nombre de Rodolfo Segovia Salas nos obliga a mirar distinto. Empresario, político e historiador, “Garita de Oro” de la Sociedad de Mejoras Públicas de Cartagena, su legado no se cuenta solo en cargos ni en cifras, sino en transformaciones reales, ideas con peso y memoria colectiva.

Murió un hombre que no buscó brillar en las tarimas. Pero cuya obra sigue siendo un faro para quienes todavía creen que este país puede construirse con cabeza, corazón y carácter.

El empresario que construyó más que carreteras

Desde la dirección de la Concesión Vial Cartagena-Barranquilla, Segovia no solo lideró la construcción del Viaducto Gran Manglar, una joya de ingeniería en el Caribe, sino que también marcó un estándar ético y técnico en la forma de hacer infraestructura en Colombia.

Apostó por lo que muchos evitaban: una obra pensada para durar, para conectar y para cuidar el entorno. No improvisó. No tercerizó la responsabilidad. Supervisó, planificó, ejecutó. Hablaba poco, pero cuando hablaba, se entendía que sabía.

Su visión empresarial iba más allá del negocio. Entendía que la infraestructura es desarrollo, pero también justicia social: una vía bien hecha no solo une dos puntos, acerca oportunidades.

En una región históricamente abandonada por el centro del poder, Rodolfo Segovia fue uno de los pocos que invirtió con propósito y pensó en grande sin perder el piso.

El político conservador que no se tragó el cuento del todo vale

Militó en el Partido Conservador, pero no fue uno más del montón. Segovia fue un conservador de los que ya casi no quedan: de los que creen en la ley, en la educación como motor de país y en la política como vocación seria, no como reality show.

No buscó curules, ni cámaras, ni micrófonos. Pero quienes pensaban, lo leían. Tenía el respeto de propios y ajenos, porque su discurso no era de coyuntura: era de país. Defendía el orden, sí. Pero también entendía que el orden sin equidad se convierte en abuso. Hablaba de moral pública, pero sin moralismo. Le apostaba a la descentralización, al rol activo de las regiones, a una Colombia más pensada desde la periferia que desde los escritorios bogotanos.

Era un político con cabeza fría y raíces profundas. Y eso, en tiempos de polarización y populismos baratos, vale oro.

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El historiador que entendió que sin memoria no hay futuro

Rodolfo Segovia, destacado historiador, miembro honorario de la Academia Colombiana de Historia.

Lo suyo no era solo mirar hacia adelante. Segovia también miraba hacia atrás, no por nostalgia, sino por lucidez. Fue miembro de la Academia de Historia de Cartagena, y desde ahí escribió y defendió una tesis clara: el Caribe ha sido motor de la nación, aunque el país muchas veces lo haya olvidado.

Sus textos son mapas para entender cómo nacieron nuestras instituciones, qué rol jugó la costa en la república y por qué la historia no es un lujo académico, sino una necesidad política.
Creía que sin memoria no hay identidad, y sin identidad no hay rumbo. Sus archivos, sus conferencias y sus investigaciones siguen siendo brújula para nuevas generaciones de pensadores, periodistas y ciudadanos con hambre de verdad.

Rodolfo Segovia fue un historiador que escribió con rigor, pero también con intención: la de dejarle al país una versión de sí mismo más completa y más honesta.

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No se fue cualquiera. Se fue uno que sí dejó algo

Hoy que el ruido, la improvisación y el corto plazo dominan el debate público, la vida de Rodolfo Segovia Salas nos obliga a parar y pensar. Su legado está en el pavimento que recorremos, en los libros que aún nos explican y en la política que todavía sueña con la altura moral.

Fue empresario, pero no un rentista del Estado. Fue político, pero no de los que prometen y desaparecen. Fue historiador, pero con los pies en la realidad.
Fue, ante todo, un colombiano serio, de esos que construyen país sin esperar aplausos. Y por eso, justamente por eso, lo recordamos y lo reconocemos.

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