Cuando estaba pelao, me sucedió una historia que me marcó. Desde ese momento entendí la importancia de dar sin esperar nada. Y que la Navidad es un buen momento para regalar con amor. Tendría siete años. Hacía muchos días que mi hermana Nuris María, de 9 años, no estaba con nosotros. A lo lejos se escuchaba un villancico en la prima mañana del 24 de diciembre. Mi madre Teresa de Jesús Moreno me levantó y me dijo:
Dar sin esperar nada
Esto que les cuento es de la vida real. De aquella época hermosa que si bien andábamos a pie pelao, no padecíamos hambre. ¡Y éramos felices! Aprendí con esta historia, la sentencia de Martin Luther King Jr.:
Me levanté con gusto y sin chistar nada. A diferencia de otras ocasiones cuando me mandaban a hacer cualquier otro mandado. Me lavé la cara y me puse la chompa que me gustaba mucho. Vivíamos en el barrio Versalles. Para llegar al hospital debía hacer una caminata muy larga. Tomar la calle San Vicente, doblar por la calle Caldas hasta la avenida Colombia. Caminé la avenida con alegría y dichoso de ver a mi hermanita que estaba enferma. No sabía por qué. Pero quería verla. Mamarle gallo, como solía hacer. Y ella cogía rabia.
Al llegar al hospital con la jarra de loza china. Con la mano derecha agarraba la asa y con la izquierda el pico largo y curvo de la jarra. La persona que me atendió me dijo que le entregara la jarra y que ella se la hacía llegar a mi hermana. Pero le insistí en que quería verla. La enfermera como que se condolió conmigo y me llevó hasta una parte donde la pude ver de lejos.
Ví a mi hermanita rapadita. Su cabellos largos, lizos y abundantes no estaban. Y muchos otros estaban así. La mente infantil no entendía por qué la hermanita estaba tan cambiada. Una de las cosas que me llamó la atención era que tenían juguetes. Estaban repartiendo los regalos muy temprano. El Niño Dios se le había adelantado. ¡Y a mí me regalaron un caballito de palo!
Ya, a mi regreso, alegre de haber visto a mi hermana y haberle llevado el alimento que amorosamente preparó mi madre, saltaba con mi caballito de palo de felicidad. Esto me hizo olvidar las preguntas infantiles que surgieron cuando ví a mi hermanita enferma. Me puse a pensar en el camino por qué ella estaba así. Cada paso que daba era un pensamiento que llegaba.
El Niño Dios será generoso
Llegué a casa de regreso. Mi madre lo primero que hizo fue preguntarme de dónde había sacado mi caballito de palo. Le conté la historia. Al final me dijo:
La verdad, tanto mi padre, Juan de la Cruz Torres, y mi madre, Teresa de Jesús Moreno, fueron personas generosas, muy generosas que nunca esperaron nada a cambio mientras hacían el bien. Si uno le pregunta a la gente de su época como eran ellos de generosos, seguro que confirmarán lo dicho en esta historia. Solo decirle que cuando alguien se moría en La Peña (Bolívar), mi padre le compraba el cajón y le daba a los dolientes plata para que pagaran las nueve noches del velorio.
Con mi hija Tere, mientras celebrábamos el cumpleaños de mi nieta, nos pusimos a pensar que los últimos tres años dejamos de hacer la cena navideña para los niños pobres de algunos barrios de Cartagena y hasta en Magangué. El próximo año retomaremos la Cena Navideña.
Le llevé con gusto y alegría el alimento a mi hermanita enferma en la prima mañana de Navidad. Por primera vez no fruncí el ceño por hacer un mandado. Y el Niño Dios me regaló un caballito de palo de color rapé. Hice ese mandado con amor y el Universo me lo regresó con un regalo sin esperarlo. Desde ese momento comprendí por qué es importante dar sin esperar nada a cambio.