En un movimiento tan inesperado como punzante, el excanciller Álvaro Leyva lanzó una bomba política que retumba desde los pasillos del Palacio de Nariño hasta las esquinas más recónditas del debate nacional. En una carta pública dirigida al presidente Gustavo Petro, Leyva no solo cuestiona su liderazgo, sino que pone en duda su salud mental y física. ¿Es este el grito desesperado de un estadista preocupado o el último golpe de una ruptura interna?

La acusación más delicada

“Fue en París donde pude confirmar que usted tenía el problema de drogadicción. ¿Pero qué podía yo hacer? Seguro fui inferior. Lo he debido aproximar, ayudar, asistir oportunamente. Guardo en mi interior la pena de no haber intentado extenderle la mano. Lo cierto es que nunca se repuso usted. Es así. Su recuperación lastimosamente no ha tenido lugar.”

Esta confesión, teñida de culpa y pesar, desborda lo meramente político. Leyva no solo denuncia, sino que se asume corresponsable por no haber intervenido a tiempo. ¿Qué implicaciones tiene que un presidente de la República sea señalado por un alto exfuncionario como alguien no recuperado de una adicción?

La misiva, redactada con la precisión de quien ha caminado por las venas del poder, acusa a Petro de ausencias inexplicables, comportamientos erráticos y decisiones que, según Leyva, comprometen la gobernabilidad del país. “Usted está enfermo”, dice sin rodeos el exministro, apuntando no solo a un presunto deterioro personal, sino a una supuesta incapacidad para ejercer el cargo con claridad y coherencia.

No estamos hablando de simples diferencias políticas. Estamos ante un quiebre dramático entre dos figuras que compartieron la promesa de una Colombia distinta. Leyva, artífice de diálogos de paz desde los tiempos más sombríos del conflicto armado, había sido una de las voces más leales al proyecto petrista. Que ahora lo acuse de no estar en condiciones de gobernar revela una fractura con tintes de tragedia griega.

Un gobierno en guerra consigo mismo

La carta de Leyva no llega en el vacío. Se suma al fuego cruzado que arde dentro del gabinete. Las peleas entre la canciller Laura Sarabia y el ministro del Interior Armando Benedetti han dejado al descubierto las fisuras de una administración que parece más concentrada en sobrevivirse a sí misma que en gobernar.

¿Dónde quedó la promesa del “gobierno del cambio”? ¿Cuándo fue que el progresismo se volvió sinónimo de caos y disputas palaciegas? En vez de avanzar en reformas sociales o en consolidar la paz total, el Ejecutivo se ve atrapado en su propia telaraña de egos y traiciones.

La reacción de Petro: el contraataque

El presidente no tardó en responder. Tildó a Leyva de “víbora” y desestimó cualquier insinuación sobre su estado de salud. Pero la agresividad de la réplica no elimina las dudas. ¿Por qué tantos de sus antiguos aliados ahora lo ven con recelo? ¿Es paranoia o advertencia?

Algunos sectores de la oposición ya piden una evaluación médica al jefe de Estado, mientras otros temen que esta confrontación sirva como cortina de humo para ocultar errores administrativos y escándalos internos.

¿Y ahora qué?

La crisis expone una verdad incómoda: el gobierno Petro, en lugar de cohesión y visión, proyecta desorden y desconfianza. La figura del presidente, antes revestida de esperanza para millones, ahora aparece cuestionada incluso desde dentro.

¿Podrá recomponer su liderazgo o estamos ante el principio del fin de su mandato? ¿Quién gana cuando las batallas políticas se libran a cuchillo entre compañeros de trinchera?

Una cosa es segura: cuando los líderes se destruyen entre ellos, quien paga el precio es el pueblo.

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