La verdad es una búsqueda que se hace en los escombros del olvido. Escombros en que se constituyen las piezas concretas de un conflicto. Lo cual quiere decir que, a fin de dar con la verdad, primero se tiene que abordar la tarea urgente de la recuperación de la memoria.
No solo basta con que la verdad sea desenterrada. Una vez se la rescata de las garras del olvido, la verdad ha de ser esclarecida. Como si se tratase de un tesoro de importancia arqueológica, la verdad emerge llevando sobre sí las marcas que el conflicto le imprimió. Y por lo que se la arrojó al botadero de los escombros. Algunas de esas marcas perduran.
Esclarecer los hechos
Todavía se les llama terroristas a excombatientes que abandonaron todo para incorporarse a dinámicas civiles de generación de ingresos, vida social y participación política.
La mujer que sobrevive toda suerte de atropellos, sigue cargando sobre sí los estigmas con los que fue marcada cuando sus victimarios la señalaron como presa. Pero irónicamente, muchos victimarios se pasean portando los perfiles de pulcritud con los que pudieron destrozar, desde sus lugares de poder, los pactos sociales que hubieran garantizado la convivencia.
Así, entonces, la tarea no termina en la recuperación de la memoria y en el relato de verdad. También se hace urgente un esfuerzo por esclarecer los hechos que constituyen ese relato que se acepta como testimonio cuya veracidad es convalidada.
Los crímenes no son unos buenos y otros malos. Todos se deben esclarecer y la sociedad y las victimas están exigiendo que se diga la verdad no por venganza sino porque solo así se pueden sentar las bases de que nunca más se repetirán esos crímenes.
El derecho a la verdad
Cada pueblo tiene el derecho inalienable a conocer la verdad sobre los acontecimientos ocurridos. También sobre las circunstancias y motivos que llevaron a cometer los crímenes. Y el ejercicio pleno y efectivo del derecho a la verdad es un principio esencial que se expresa como norma para superar la impunidad.
Se asume que las confesiones son los mecanismos más confiables para que las verdades sean esclarecidas. En estos días una confesión ha conmocionado al país.
Voceros de las extintas FARC-EP, en sus declaraciones ante la Jurisdicción Especial para la Paz, admitieron haber dado muerte a Álvaro Gómez Hurtado, connotada figura del establecimiento y líder conservador, en hechos que ocurrieron en Bogotá el 2 de noviembre de 1995.
Ese crimen fue declarado de lesa humanidad en 2017, y en razón de su no prescriptibilidad, la confesión de las FARC asume un peso de importancia mayor. No solamente se avanza en el esclarecimiento de ese y otros crímenes de envergadura similar, sino que también se refuerza la confiabilidad que esa instancia de la justicia transicional amerita y se ha ganado en toda justicia.
¿Hay víctimas que otras?
Pareciera como si el temor de que unas víctimas son más víctimas que otras no se disipara del todo. Las confesiones de las FARC ¿dilatarían los esclarecimientos relacionados con las innumerables víctimas que pueblan la historia del conflicto colombiano? ¿Hasta qué punto una confesión necesaria, saludable y que llega en buen momento conduce a que la verdad, una vez esclarecida, termine por demostrar que el establecimiento nunca debió haber provocado la violencia que desato?
Estos interrogantes no sugieren que la verdad tenga que ser instrumentalizada. Con todo, la verdad no puede ir en contravía de la memoria. Y la memoria, a tono con los sustratos teóricos y éticos de la justicia transicional, es la de las víctimas.
Sin duda, las víctimas de magnicidios también han de ser tenidas en cuenta, con todo y que sus voces hayan copado el escenario nacional a lo largo de todo el conflicto. Quizás en virtud de esas prominencias, cuando la verdad esclarece un magnicidio, su relato ha de apuntar a las víctimas que ya lo eran cuando se cometió el magnicidio. Esto es, la verdad de las víctimas debe resaltar la centralidad de las víctimas que aún están a la espera de que se les haga justicia.
¿Cuál verdad?
Buscar la verdad, decir la verdad, entender la verdad para quienes han sufrido una historia de conflicto, guerra y represión es una necesidad vital, no hay garantías de no repetición en medio de verdades a medias o mentiras. La verdad tiene aspectos tanto personales como colectivos:
- La necesidad de esclarecer la historia. Tenemos la urgencia de que salga a la luz la verdad de los acontecimientos por muy dura que esta sea. Las heridas son de las personas y de la sociedad en su conjunto y, por tanto, esta verdad debe ser sin tapujos. Tal como se hicieron las cosas, las razones por las que se hicieron y quiénes fueron los responsables.
- La necesidad de desmontar mentiras que llevan al miedo, al aislamiento y al silencio. Han sido tantos años de encubrimiento de la verdad, que tienen la obligación ética de explicar lo que sucedió.
- La necesidad de restaurar la memoria y construir un relato compartido y entendible para todos, no solo para una parte con el fin de vislumbrar un futuro donde se desmonten las consecuencias destructivas de la ausencia de verdad.
- La necesidad de ponerle un límite a la impunidad. Una verdad negada, impide construir una sociedad justa en donde sea posible restablecer relaciones de confianza.
Aunque ahora sea difícil escuchar la verdad, esto permitirá el esclarecimiento histórico de los hechos. Y nos permitirá sentar las bases para avanzar en la superación de la historia de crímenes, abuso y violaciones a los derechos humanos y en el pleno reconocimiento de las víctimas.
Por tanto, es importante conocer los crímenes y las víctimas, pero también los victimarios y no solo en este caso en particular.