La muerte de Rafael Prins Velásquez marcó el inicio del apocalipsis de un imperio. Fue el comienzo de la decadencia de una dictadura política basada en la violencia y el silencio. En la noche del 19 de febrero (2005) el líder comunal y comunicador comunitario sufrió un atentado criminal. Cayó gravemente herido en el parque Electrificadora de Magangué, departamento de Bolívar, al norte de Colombia.
Al día siguiente del atentado (20 de febrero), Prins murió en el hospital San Juan de Dios (hoy Divina Misericordia), cuyo director era Hugo Sanguino, allegado a Enilse López.
«El libro de la vida»
«Aquel cuyo nombre no estaba escrito en el libro de la vida era arrojado al lago de fuego».
Apocalipsis, Juan 20:15
Hoy se cumplen exactamente 17 años de ese asesinato que causó estupor en los medios sociales y cívicos de magangué. Por esa razón, hoy VoxPopuli.Digital resalta su memoria como homenaje a los mártires de la lucha por la libertad de expresión y de prensa. No se trata de recordar simplemente. Tampoco de revivir heridas o darle rienda suelta al odio. Es un acto de la memoria para no repetir en el presente.
Ocho días antes del atentado, el último Apocalipsis había sido tan contundente contra la administración de Jorge Luis Alfonso que era la comidilla de la semana. Describió cómo el dinero de salud pública se lo había robado. El dinero del Plan de Atención Básica se lo habían fumado sin invertirlo en los más pobres de Magangué. De pronto ellos creían que no se estaban robando nada, porque si habían invertido un dinero en la campaña electoral, dentro de su lógica comercial, pensaban que era natural que la alcaldía fuera de su propiedad y podían hacer de ella lo que le viniera en gana.
Antecedentes
En mi época infantil solía ir donde mi tía Neyla Moreno, quien se había unido en segunda nupcias con Luciano Prins. Por consiguiente, él era mi tío político. En su primer matrimonio, Luciano tuvo 7 hijos. En el segundo 5. Rafael Prins era uno de los menores del primer matrimonio y contemporáneo mío. Nos criamos como una sola familia, porque su hermano Neftalí Prins, junto conmigo, fuimos líderes estudiantiles del Liceo Vélez. Cuando nos expulsaron de la institución, los dos encabezamos la lista de los 100 jóvenes expulsados que luchaban por el derecho a una educación de calidad. La Tipografía Prins quedaba en la Calle de las Damas.
Casi todos los trabajadores de la tipografía tenían un sentido crítico de las cosas. Neftalí y Adolfo, por ejemplo, fueron activistas estudiantiles. Allí trabajaba mi hermano Miguel Torres. Rafael Prins era un poco díscolo e irreverente, pero querido por la familia. Talentoso, como todos sus hermanos. Dibujaba y tenía un sentido disruptivo de la propaganda política. No en vano a su periódico (le decían el pasquín de Prins), en 2005 lo bautizó el «Apocalipsis». Redactado, ilustrado, editado e impreso por él. Pero tenía un grupo de ciudadanos que lo distribuía clandestinamente en el casco urbano de Magangué. El grupo se llamaba «Los talibanes».
Después de la constitución de 1991, se formó un grupo de nuevo liderazgo en Magangué. Alfredo Posada y Jorge Cárcamo, elegidos alcaldes con la nueva visión constitucionalista, no forjaron organización social para darle continuidad a su legado. No aprovecharon las condiciones subjetivas para enrumbar la ciudad hacia una nueva perspectiva política y, por consiguiente, de transformación social y económica. Todo devino en una degradación de la élite política que se volvió más depredadora. Esto, a su vez, provocó la aparición de «La Esperanza de un Pueblo».
Magangué 2004
En el 2004, decepcionado de la clase política tradicional, le hizo campaña a Jorge Luis Alfonso López, hijo adelantado de Enilse López. Era uno de los primeros líderes de «La Esperanza de un Pueblo». Estaba cansado del estado social y político de Magangué. Casi se lo habían robado todo. Tanto que cuando llegaba la transferencia de los recursos nacionales, el dinero iba a parar a las arcas de uno o dos usureros de la ciudad. Uno de ellos era el sobrino del viejo vendedor de telas Mustafá Ali, Jamil Kasser Alí, asesinado coincidencialmente en febrero de 2004.
Antes de esa concentración del embargo, cuando llegaban las transferencias nacionales, cada quien recibía su paga, y parte de Magangué se alegraba. Podían ir de compras y pagar sus deudas. Pero el «Turco» Jamil tenía prácticamente un monopolio de las cuentas por pagar de la alcaldía. Por supuesto, era un usurero que se llevaba parte del dinero en complicidad del alcalde de turno.
En Magangué comenzaron esa horrorosa costumbre de la industria del embargo que luego se expandió por todo los municipios. Eso Enriqueció al «Turco» Jamil Ali y empobreció a la ciudad. Era al único que le pagaban los embargos, a los demás «lo dejaban como a Armando, mamando», como dice el dicho popular.
Además, el municipio todo lo tenía concesionado. Agua, aseo, impuestos, etc. La alcaldía era un cascarón cuando llegó Jorge Luis Alfonso López. Lo curioso, cuando él la dejó, hasta los computadores se llevó, porque supuestamente eran de él.
«La Esperanza de un Pueblo»
Por esta razón, el hijo de Enilse López se presentó como salvador. Era «La Esperanza de un Pueblo». Y casi todos le creyeron. Recibió una votación abrumadora.
Vale recordar que algo común tuve con Jorge Luis Alfonso. Tanto él como yo fuimos sentenciados a muerte por «Jorge 40». Por alguna razón, Rodrigo Tovar Pupo lo había sentenciado a muerte cuando Alfonso vivía en Santa Marta administrando los negocios de la apuesta permanente de su mamá. En tanto que en 2000 yo estaba en una lista de la muerte aprobada por el jefe paramilitar por tener supuestos nexos con la guerrilla. Varios de las listas cayeron abatidos en diferentes momentos y lugares de Barranquilla entre 1998 y 20005.
Por esa razón el hijo de Enilse se hizo alcalde con el fin de conseguir protección del aparato estatal, según me manifestó. En 2018 hicimos una conciliación ante la Fiscalía de Sabanalarga donde me denunció por injuria y calumnia a raíz de una serie de publicaciones que hicimos sobre la salud de Magangué. En ese año lo conocí cuando estábamos frente a frente con la mediación de la fiscal del caso. Después de un estado de tensión entre los dos, los ánimos se calmaron. Fue entonces cuando se dio cuenta que tenía un libro en mis manos: «Las 7 leyes espirituales del exito» de Deepa Choprak. Le dije: «Le regalo este libro para que retome el verdadero éxito personal y sea un hombre poderoso».
El imperio se expande
En el 2003, con el triunfo de «La Esperanza de un Pueblo», el imperio se expandió. No solo tenía alcalde sino también gobernador. El 80% de la elección de Libardo Simancas se debió al apoyo de Enilse López.
Sin embargo, al transcurrir solo 8 meses del gobierno de Jorge López, la situación siguió igual en Magangué. Quizás peor. Por lo menos antes podían ir en los bajos de la sede de la alcaldía y hacer un mitin o ponerse hablar de la administración sin que nadie le dijera nada. Pero ya ni eso podían hacer. Ahora las cosas cambiaron de dueño. Las concesiones pasaron a la familia Alfonso López. Los nuevos usureros eran de su seno. Y la plata de la salud se la gastaban como si fuera de su negocio de apuestas. Construyeron un nuevo imperio basado en el terror y en el silencio.
De hecho, en Magangué, acostumbrados al modo de ser dicharachero y a la crítica política, de pronto se convirtió en una ciudad taciturna, melancólica y undívaga. La gente hablaba pasito. Los medios de comunicación quedaron silenciados.
La élite y el nuevo imperio
No obstante, Enilse López, por mucho dinero que tenía, no había sido aceptada en élite social de Magangué. Tampoco le habían dado cabida en el Club Campestre. Cuando este centro social de los riquitos de la ciudad entró en crisis económica, Enilse López lo compró.
A decir verdad, el imperio de los Alfonso López fue edificado, además del miedo, con acciones sociales y generosas de Enilse López. A sus trabajadores les daba beneficios extralegales. Hacia jornadas de regalos, mercados y atención en los barrios pobres. Si alguien necesitaba algo, ella se ofrecía y le ayudaba.
Pero en forma inocente, la familia Alfonso López creyó que la política era simplemente un negocio. Invertía un dinero y sacaba una ganancia. Eso fue lo que le enseñaron sus aliados políticos tradicionales. Y eso fue lo que veía hacer de los políticos y financistas electorales dominantes: Alí, Arana, Posada, Padauí, Hilsaca.
La política y apocalipsis del imperio
¿Qué podía hacer una familia de negocios con la política? Ganar dinero. En aquella época de la muerte de Rafael Prins, casi todos estaban con Enilse López Romero. Unos la veneraban. Otros le temían. Muchos la odiaban. El peor negocio de su vida lo estaba haciendo Enilse López con sus socios políticos de mala maña. Estaba dedicándole a la política profesional casi todo su esfuerzo. Ella sabía de negocios, pero de política pocón-pocón.
Sus aliados circunstanciales en el ejercicio de la política la manipularon hasta cierto punto. Esos mismos aliados —que ella pretendía instrumentalizar— la llevaron al desastre y al caos familiar.
Es así que cuando asesinan a Prins, el hecho causó una masiva indignación que trascendió la ciudad. Ello coincidía que se estaba dando el proceso de desmovilización de las autodefensas. Por lo cual, los que participaron en los pasos del crimen, hablaron. Querían beneficios. Esto facilitó llegar a los autores intelectuales.
El apocalipsis de un imperio
En efecto, en agosto de 2012, en un operativo envolvente, la Sijin capturó al exalcalde Jorge Luis Alfonso como autor intelectual del crimen de Rafael Prins Velásquez. En 2017 fue condenado a 29 años de prisión.
En 2015 la alcaldía de Magangué, en la época de Marcelo Torres, le hizo un homenaje a Prins como mártir de la libertad de expresión y de la libertad de prensa.
A ese evento realizado en el mismo sitio donde fue baleado, compartí tribuna con Marcelo Torres, y señalé que, después de la vida, lo más importante del ser humano es la libertad. Si uno es periodista, tiene el deber de buscar la verdad. No solo registrar lo hechos sino escudriñar más allá. Prins descubrió que la administración municipal se había apropiado indebidamente de los recursos de la salud de los más pobres. Que ese dinero había parado en las arcas de la familia Alfonso López.
El perdón
Como víctima de la muerte de Rafael Prins Velásquez, no siento odio por nadie. Ni siquiera por Jorge Luis Alfonso. Pero necesitamos que él y su familia pidan perdón a la sociedad magangueleña por todo el dolor infligido. Porque una vez obtenga la absolución de sus víctimas, podrían vivir en paz en su ser interior y el dolor que ellos también sienten por los daños soportados, se disipará.
Sin embargo, la absolución social es un paso fundamental para llegar a la absolución espiritual y mental. Y con ella podremos llegar a la reparación y a la no repetición de los hechos inhumanos que cometimos. Así, y solo así, podemos estar en la lista de ese «libro de la vida» del Apocalipsis de Juan y no de Rafael Prins.