
Marta Cecilia Domicó, está parada frente a un río de aguas silenciosas esperando a Kimy que un día lo desaparecieron. A su lado permanece un grupo de mujeres que entonan un cántico triste. En una de sus manos sostiene un cirio blanco que despide una azulada flama que casi se apaga por la acción del viento; y en la otra un ramo de flores blancas. Ataviadas con ropas ceremoniales, las mujeres siguen entonando cánticos en su lengua nativa. Hace calor, la mujer le entrega el ramillete a una de sus compañeras, se inclina un poco, toca el agua en una especie de ceremonia. Ahora sus compañeras la miran en silencio. En el horizonte, el sol crepuscular se hunde detrás de una montaña.
──Has soñado con él?
──Sí – responde con dejo de melancolía mientras se acomoda el pectoral de vivos colores y acaricia la última flor en una de sus manos.
── Qué te dice en el sueño?
── ¡Lo veo venir caminar sobre la playa de un rio cristalino, me abraza y luego se reúne con Lucindo Domicó, Alonzo María Jarupía!, y el padre Sergio Restrepo. (Los tres, asesinados por orden de la Casa Castaño. El primero, en abril de 1999, el segundo, un anciano y autoridad indígena venerado por su comunidad quien sucumbió a las balas y el último, defensor de los indígenas, asesinado en el atrio de la iglesia en Tierralta – Córdoba).
Esperando a Kimy

Marta Cecilia, hija de Kimy Pernía Domicó, sigue soñando con el regreso de su padre.
“Me dice que organice a la comunidad, que organicemos a la gente. Casi siempre lo veo venir sobre la playa de ese río, creo que es el rio Esmeralda que tanto cuidó y luego se despide”. “Lo hace como aquella fría madrugada casi que escondido, cuando abrió ante mis ojos un mapa elaborado de forma artesanal donde aparecían dibujados todos los cabildos indígenas del alto Sinú, asentados de manera ancestral en el nudo del paramillo desde hacía siglos, con sus ríos y afluentes”.
“Esa madrugada me explicó por varias horas lo que teníamos que hacer y tener la valentía para defender el territorio, ya que, por medio de uno de los caciques, los ancestros le habían vaticinado lo que se acercaba; todos los males que se le venían a la comunidad, se acercaban muchos males.
“Esa madrugada me explicó detalladamente, punto por punto el papel nefasto que iba a jugar una hidroeléctrica que ya estaba incursionando en la zona, me habló sobre las amenazas e intimidaciones que estaba recibiendo por parte de un grupo armado; a cada momento lo intimidaban diciéndole que tenía que dejar de meterse en asuntos que no le incumbían, y él seguía organizando a todos los cabildos pertenecientes a los ríos Sinú, Esmeralda, verde y manso”.
“Yo no entendía casi nada porque era una adolescente”. “Esa madrugada partió hacia Canadá, en búsqueda de ayuda porque se sentía solo y acorralado como me lo dijo en su momento una antropóloga quien siempre permanecía a su lado”. “Ya en la comunidad se sentía la presión de la tenaza, por un lado, un grupo armado intimidando, haciendo bloqueos y confinamientos a los cabildos, y por otro, la hidroeléctrica que venía comprando tierras sin la debida consulta previa a los pueblos indígenas asentados desde puerto Frasquillo hacia arriba, hasta llegar al río manso. Hoy ese puerto desapareció bajo millones de litros cúbicos de agua”. “Esa madrugada, me entregó frente a la antropóloga ese mapa parecido a un testamento. “Luego me abrazó y partió para siempre, desde ese día jamás lo volví a ver, porque al regreso de ese viaje de muchas lunas, lo desaparecieron”.
El anterior es el relato de Marta Cecilia Domicó, hija de Kimy Pernía Domicó indígena desaparecido el dos de junio del año 2001 en Tierralta – Córdoba.
Marta Cecilia es una mujer diminuta, de abundante cabellera, de palabras pausadas, nunca tiene afán al hablar; hace un esfuerzo cuando pronuncia el español, siempre mira los ojos, sus palabras poseen algo extraño que cautiva e invita seguir escuchándola. Es una mujer, a quien la naturaleza le regaló el don de la escucha, que a pocos mortales se les ha concedido, sus palabras aprendidas del castellano de Cervantes, mezcladas en su dialecto Embera tienen una fuerza poderosa, cautivadora. La tarde está cayendo, hace una pausa en su relato en el amplio patio de una casa solariega en Tierralta – Córdoba. Al fondo sobre las ramas de un frondoso árbol, un par de loros se acicalan y cantan.
Marta Cecilia se levanta desde donde está sentada, atiza un fogón de leña del cual sale un hilillo de humo y se asoma por una cerca desportillada construida en bahareque que da hacia una polvorienta calle donde un grupo de niños desarrapados juegan bajo la canícula de la tarde. Da media vuelta y en su dialecto le dice algo a otra mujer que ha permanecido en silencio parada a su lado. Por un momento ambas sostienen un fluido coloquio en su lengua nativa y se adentran en lo que parece ser una habitación.
Los loros siguen trinando, un famélico perro se levanta de donde está acostado y se pierde sobre la desolada calle. Marta Cecilia lo mira con desgano, seguramente porque esa escena se ha repetido muchas veces. Al cabo de un rato, ambas mujeres salen vestidas y ataviadas con atuendos multicolores, sus cuellos cubiertos con collares y pectorales tejidos en chaquiras de vivos colores representan la cosmología del pueblo Embera Katío.
Marta Cecilia lleva en sus manos un ramo de flores, lo sostiene con delicadeza como si fuese hacia una boda, resueltamente camina y atraviesa un portón desportillado, ahí la espera el escuálido canino que se une al séquito de mujeres en una procesión silenciosa que se pierden en la polvorienta calle. La improvisada peregrinación se dirige hacia las playas del río Sinú; hoy es 2 de junio y como lo hace desde una década, cuando se enteró dónde habían arrojado el cuerpo de su padre, sale a depositar flores sobre sus aguas para que pueda descansar en paz.
Según la confesión de un antiguo y temible jefe paramilitar, el cuerpo de su padre fue arrojado a las aguas del río Sinú. (Ver documental Comisión de la Verdad). La pequeña procesión se detiene frente a un río de aguas amarillentas; en los árboles de una floresta cercana, se escucha el gorjeo de pájaros: Un ave, al parecer, una gaviota que ha estado planeando vuelo en contracorriente, acelera de un momento a otro y se clava como un obús en las correntosas aguas, luego emerge con un pez de vientre plateado que refulge como una daga por los rayos del sol crepuscular.
Las mujeres siguen en silencio viendo el correr de las aguas. Marta Cecilia, se agacha y desgaja sobre la corriente el ramo de flores; sigue inclinada tocando el agua, mirando como las ultimas flores se pierden en la lejanía; sus compañeras entonan en dialecto Emberá otra melodía triste. Hay un silencio, solo se escucha el murmullo del río, y el gorjeo tímido de los pájaros en los árboles cercanos, a lo lejos se escucha intermitente por la acción del viento, “miedo al olvido”, un clásico musical del hijo de Chiriguaná – Cesar.
El sol se empieza a hundir en el horizonte. Al unísono, el grupo de mujeres murmuran una plegaria en su lengua nativa, hasta que los últimos rayos crepusculares de un sol parecido a una enorme naranja amarillenta se reflejan sobre la corriente como pequeños diamantes. La montaña termina devorando al astro rey, quien minutos antes trataba de liberarse de los últimos jirones de nubes que avanzaban sin afán hacia los picos de lo que queda de la serranía del Nudo del Paramillo, hoy convertido en parque natural.
Esta exuberante subregión, devastada por la siembra de hoja de coca, la tala indiscriminada de árboles y la ganadería, en ella han sucumbido bajo las balas, varios guardabosques entre ellos Jairo Antonio Varela, Azael Hernández Bedoya… acribillados por un grupo armado que operaba en la zona. (¿Por qué Mataron a Jairo Varela?
Sobre el horizonte se instala un arrebol carmesí. Anochece. El grupo de mujeres, conversan en su dialecto y regresan a la población. Marta Cecilia se queda un poco rezagada caminando en silencio seguida por su famélico guardián.
La voz que salía del dispositivo móvil se escuchaba cavernosa, fría, como de ultratumba, era la confesión de un antiguo jefe paramilitar donde le pedía perdón a Marta Cecilia y a toda la comunidad Embera Katío por la desaparición de Kimy. Son dolorosos minutos de tensión y drama cuando el victimario reconoce el hecho; Marta Cecilia y otra mujer anciana de su misma etnia se abrazan, al final de esos minutos dramáticos.
Marta Cecilia con una carga de sencillez y de bondad le concede el perdón a su victimario, libera al verdugo de su padre. En palabras genuinas y sin ninguna clase de doblez le dice que lo perdona y que de parte de su comunidad no habrá rencor ni venganza. Sostiene en sus manos un cirio de luz azulada. Ambas mujeres terminan abrazadas en silencio.
─ ¿Quieres hablar sobre la confesión de Mancuso por el hecho de tu padre? Hay un silencio. Uno de los desarrapados niños que jugaba en la polvorienta calle cruza la sala, Marta Cecilia lo ignora porque permanece con la cabeza agachada en señal de meditación. Al fondo, sobre una desnuda pared aparece colgada la foto de Kimy, está vestido de azul con sus collares multicolores, se ve muy joven, sonriendo, su mirada denota indulgencia, en sus hombros cuelga una mochila confeccionada seguramente por el pueblo Kankuamo. Debajo de esa legendaria foto aparecen varios párrafos parecidos a un soneto:
“Guía nuestro camino/ sigue presente en nuestras acciones/ y en sendero que recorremos/ para asegurar un futuro/ donde los pueblos indígenas vivan en paz/ su espíritu guía nuestro caminar/….
Marta Cecilia finalmente levanta la cabeza y en señal de dignidad musita algo, mientras espanta un ave de corral con una escoba:
“fue algo muy duro, que no sabría como expresarlo, pero al menos se supo qué había pasado con mi padre, conocimos la verdad, y esa verdad nos ha mantenido en pie”.
Así responde esta valiente mujer quien hoy cursa estudios universitarios y labora en una oficina de víctimas en ese convulsionando municipio. Según ella, estudia para superarse y ayudar a sus hermanos, los cuales, la mayoría deambulan por el pueblo, sin ningún horizonte. Muchos han caído bajo las balas de los grupos armados, otros se han suicidado, la mayoría jóvenes. Según la Secretaría de Salud de este municipio, la tasa de suicidios en esta comunidad ha sido escandalosa.
Era medio día cuando partimos en un destartalado auto de la casa Renault, que se abría paso en medio de vendedores de agua, jugos y otras chucherías que se feriaban en las calles de Montería – Córdoba. A mi lado iba Pedro, reconocí que era indígena porque llevaba en su cuello un collar multicolor con figura de águila y jaguar, de lo contrario hubiese sido imposible identificarlo. Calzaba botas Brahma, blue jeans, poncho y una cachucha de los Gigantes de San Francisco. Nuestro destino: Tierralta – Córdoba, el mismo municipio donde se alzan los 380 kilómetros del corregimiento Santa fe de Ralito, conocido escenario en el que un puñado de paramilitares dialogó con el gobierno de Álvaro Uribe. Llegamos a una “Y” o el kilómetro 15, abandonamos una lustrosa autopista que conducía a la ciudad de Medellín que dista a 398 kilómetros. Desviamos nuestro recorrido por un ramal que nos llevaría a nuestro destino.
El chofer, un hombre macizo en mangas de camisa, curtido por el sol y su oficio, paró el carro para tasar con un vendedor ambulante el precio de una bolsa con agua, bajo el sol de plomo que azotaba las sábanas de Córdoba. Aproveché ese momento para musitar en voz alta el letrero de una valla que aparecía ante nuestros ojos; “empresa multipropósito Urrá SA”, que además tenía dibujado un enorme embalse surcado por pajaritos y guacamayas.
Mi compañero de asiento interrumpió su mutismo y preguntó en un dificultoso español, qué quería decir “multipropósito”. Yo le expliqué que era una palabra con muchos propósitos. El hombre se encogió de hombros y sentenció:
“Uno de los propósitos de Urrá fue acabarnos”.
Transcurrieron varios minutos cuando mi compañero de viaje se presentó:
“Soy Pedro Domicó Jarupía, descendiente de los Embera Katío, etnia que habitaba el nudo del paramillo con sus vertientes de los ríos Sinú, Verde, Esmeralda y Manso.
El carro se desplazaba rápidamente, al lado y lado de la vía se observaban correr en la infinidad, pastizales color oro.
─ “Nuestra desgracia comenzó hace muchos años, – relataba mirando los dorados pastizales, que ahora tenían una tonalidad sacada de una pintura de Van Gogh.
“Hombres blancos compraron nuestras tierras con dinero desconocido para nosotros, nuestra economía era a base del intercambio y el trueque. Los primeros billetes que nos presentaron tenían la imagen de una india que sonreía feliz.
“La sonrisa de esa india nos sedujo, ese nuevo dinero nos daba placer y libertad, comprábamos muchas cosas, conseguíamos mujeres blancas, parrandeábamos hasta ocho días y por nuestros vestidos exóticos, los colonos nos sonreían y nos hacían reverencia. En las parrandas, los gotereros del pueblo se guiñaban el ojo y nos llamaban caciques”.
Después de una breve pausa agregó:
“La cosa cambió, hoy la situación es otra”.
Lo decía porque desde hace varios años hasta la fecha el nivel de homicidios y suicidios en esta comunidad indígena se ha disparado de una forma alarmante. Un silencio soporífico invadió el carro, aproveché para bajar un poco el vidrio para ventilarnos. En ambos lados seguían los mismos pastizales tapizados con pequeños puntos negros en la lejanía, eran manadas de búfalos meditabundos, hundidos en el lodo de lo que antes eran ciénagas y humedales. Más, hacia el infinito, se avistaba un mar de cultivos de palma de aceite.
Cuando caí en cuenta, estábamos pasando por la otrora famosa zona de ubicación Santa Fe de Ralito, donde otrora políticos corruptos se fueron a manteles con los paras con el sueño de refundar la patria. Diseñarla a su imagen y semejanza: el llamado Pacto de Ralito. Quise preguntarle a mi acompañante sobre los nuevos dueños de esas tierras y la respuesta fue el silencio. Recordé una frase de Freire que decía:
“Había una vez un lugar en que durante el día la gente construía, pescaba, cazaba, sembraba, cuidaba de los niños y las niñas, y recogía los frutos de la tierra, por las noches contemplaban la luna, conversaban con las estrellas y se contaban entre ellos historias de amor”.
En la lejanía, sobre los dorados pastizales, emergían figuras humanas, todas mujeres, arrancando seguramente la cizaña. Cerré los ojos y por un momento me sentí dentro de las espigadoras de Millet.
Nadie habló en ese recorrido, excepto para indagar sobre la hora. Estábamos metidos en nuestros pensamientos cuando vi los primeros ranchos de paja. El conductor nos sonrió por el retrovisor con una frase escueta:
¡Bienvenidos a Tierra Alta!
Por la ventanilla pasaban fugazmente casas de bahareque, un grupo de niños jugaban en una cancha de tierra, chutaban una pelota hacia una pared que tenían dibujadas la caras de algunos políticos de campaña política pasada.
Al descender del vehículo, nos recibió una ráfaga de aire caliente, del interior de varias cantinas, atronaban corridos prohibidos entre ellos “La historia del guerrillero y del paraco”. Pedro me invitó a tomar algo, por los vivos colores del local noté que era un negocio atendido por indígenas. Ante el ruido ensordecedor de la música, levantó tímidamente la mano como un niño en un aula de clases; llegó la mesera, una indígena enrollada de una manta de vivos colores. Pedro siguió relatando la desgracia de su etnia.
“Cuando teníamos muchas indias (billetes) en nuestro bolsillo, emigramos a la tierra prometida- Tierralta. Algunos colocamos cantinas como estas, bares, billares”. Lo decía porque luego de la no consulta previa a estas comunidades indígenas por parte de la hidroeléctrica, la corte constitucional ordenó detener el llenado del embalse, por medio de la sentencia T- 652/98; ya era tarde, el estado se comprometió a pagar un indemnización en dinero por 20 años a cada una de las familias.
─ ¿Cómo así? – le pregunté.
“Por disposición del fallo de la corte a nuestro favor, el estado se comprometió a pagarnos por 20 años un subsidio de $ 113.000 por cada hijo”.
Mirando hacia el final de la calle musitó:
“Eso era lo que Kimy no quería y por eso lo desaparecieron, Kimy luchó para que no recibiéramos dinero, él sabía la tragedia que se nos avecinaba”.
Una indígena se acercó a la mesa y la secó con un girón de tela y le propinó un apresurado y furtivo beso en la cabeza, ante la entrada de nuevos clientes: todos indígenas.
Entre vallenatos, rancheras, y sonrisas con dientes enquistados en oro y un dialecto desconocido para mí, transcurrió el primer día. El hombre relataba con arrobo y tristeza la vida de Kimy, lo que intentó hacer por todos ellos. Entrada la media noche, dos mujeres indígenas se llevaron a Pedro. Yo me fui a dormir.
Al día siguiente me despertó un rayo de sol que penetraba por una cerca desportillada. Dormí mal en una hamaca a la que no pude encontrarle acomodo. Un niño Embera, descalzo, con un estomago prominente, y su nariz llena de mucosidad me miraba fijamente. Cuando intenté incorporarme, desapareció. A mi lado estaba Pedro que aun dormía. Busqué un sitio para asearme, no lo había.
Tuve que hacerlo en una alberca, donde flotaban varios patos confeccionados en pasta. Llegó el desayuno: plátano, yuca, ñame y un pescadito encima.
A duras penas pude probar bocado. Pedro ya se había incorporado y con su sonrisa festiva pasaba a recogerme. Nuestro destino hoy era Puerto Frasquillo
A la gran represa
Nos subimos a una moto de alquiler. Este transporte le llaman “moto ratón” o “moto taxis”. Aproximadamente hay 500, organizados en tres cooperativas.
Hombres que conducen sin casco o protección, solo un poncho que les tapa un poco la nariz cuando pasan a más de 100 kilómetros por hora. El sol se asomaba tímidamente por encima de los inmensos árboles de teka, arboles no nativos de la región y que fueron plantados por los antiguos jefes paramilitares en expiación por sus faltas y delitos. El río Sinú era un hilillo de color amarillento, serpenteando la extensa llanura donde aparecían pequeños cultivos de plátano, yuca, papaya. Tierralta se ha convertido en despensa agrícola del sur de Córdoba. Pasamos por una antigua construcción que amenazaba ruinas, llamada “La ciudadela” hoy convertida en prisión para ex paras.
Ahí se alojaron los ingenieros suecos y rusos encargados de la instalación eléctrica del embalse. Según la confesión de un antiguo vigilante de ese complejo, cada fin de semana se formaban orgías y bacanales con estudiantes universitarias y puticas traídas de Montería. Para los vecinos evangélicos esa era la gran Babilonia, un pastor de la zona los fustigaba con diatribas apocalípticas amenazándolos con el averno.
Después de hora y media arribamos a puerto Frasquillo, un caserío hecho de madera con hojas de zinc. Por encima se veía una inmensidad azul: la gran Represa de Urrá, surcada por diminutas embarcaciones que arribaban al puerto. Hicimos un recorrido por el caserío donde lo único diferente era “Saoco”, un indígena que ofrecía frutas exóticas a los visitantes. Doña Irene, una mulata entrada en años, mientras revolvía una olla humeante debajo de un cobertizo, nos dijo:
“El progreso ha llegado para quedarse y no irse jamás, aunque ya no tengamos bocachico, tenemos el dinero, y el dinero todo lo puede”
Sentenció la enorme morena. Yo observaba que debajo de esos millones de litros cúbicos de agua de la represa, quedó sepultada una de las floras y faunas más ricas del planeta azul. Porque ahí vierten cuatro grandes ríos, dos de ellos de aguas diáfanas y cristalinas, como son el río verde y el río esmeralda.
Sentados sobre una rústica banca, invité a Pedro que me hablara sobre Kimy Domicó Pernía, el líder indígena desaparecido el 2 de junio de 2001 en el Alto Sinú. Después de un breve diálogo, intuí que Kimy era para ellos una especie de Mesías. Un hombre que los sacó del anonimato. Cuando lo desaparecieron, Tierralta fue la Meca de muchos europeos e intelectuales pidiendo su liberación y regreso. Nunca apareció.
Pueblo de contrastes
Tomamos un viejo vehículo que nos transportó de regreso. A pesar de la influencia que ha ejercido Tierra Alta en ellos, algunos indígenas han conservado sus costumbres.Lo comprobé esa noche en una fiesta a la cual me invitaron, esa noche se iba a dar el enlace nupcial entre una joven del cabildo Bagadó, con uno del cabildo tradicional. Dos de los más poderosos. Llegaron algunas mujeres con sus rostros pintados en vivos colores, lo cual indicaba que estaban en la época del flirteo o noviazgo.Como forastero amigo de ellos y en gesto de buena voluntad, tenía derecho a una indígena como pareja. -No acepté- Tuve curiosidad por conocerla, era una adolescente enjuta, ataviada en collares multicolores, enfundada en una manta roja, de vez en cuando me echaba miradas furtivas.
Entre risas, baile y totumadas de chicha nos sorprendió el alba. Fue una velada inolvidable.
Ultimo día en las entrañas de los Emberá
Nuestro destino hoy eran las oficinas de Urrá.
Alrededor de las 9 de la mañana, debajo de unos árboles había una multitud de indígenas con carpetas en las manos, Ese día reclamarían el subsidio. Algunas de estas familias las habían reubicado. Recordé que regresando de Puerto Frasquillo vi algunos reasentamientos como San Rafael, Campo Bello, El Tesoro. Ninguno de ellos hacía gala de su nombre. Allí pervivían perros famélicos que jugaban con algunos niños.
Según una enfermera del hospital, que omitió su nombre, las condiciones de salubridad son precarias y el índice de mortalidad infantil en el último año se ha disparado. El nivel de natalidad es inverosímil, por la creencia que, entre más hijos, más dinero reciben. La guerra territorial y el fuego cruzado entre bandas criminales los ha diezmado. La mayoría de estos niños no conocen una escuela.
Algunos hechos de los que ya se ha oído hablar, como lo que sucedió en años pasados: la ocupación de las oficinas en Bogotá y las de un exclusivo sector de Montería.
Por todo eso Tierralta es un pueblo de contrastes. Es normal ver a un indígena en una motocicleta Kmx último modelo; camionetas cuatro puertas que pasan raudas transportando los máximos jefes y directivos de URRÁ, o simplemente, ver a un niño indígena mendigando. Hoy por hoy tierra alta es una bomba de tiempo.
*Sacerdote. Premio de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB, 2018-2019-2021- 2023-2024.