Domingo Meza Galvis, el narrador oral, polvo cósmico será.
Cuando uno muere el cuerpo se transforma. El espíritu pasa a otra dimensión. Uno regresa al origen, al polvo cósmico, al principio de las cosas. Es la materialización de aquella sentencia: «Polvo eres y en polvo te convertirás».

Domingo Meza Galvis —62 años debía cumplir el 17 de febrero— y yo éramos, más que primos, amigos. Éramos dos hermanos llenos de complicidades infantiles. Los dos navegamos por las ciénagas de Versalles en frágiles canoas ancladas en el patio de la casa de Tibursio. Los dos recorríamos el lecho seco de esas ciénagas tapizada de altamiza en época de sequía. Los dos lo hacíamos a pie pelao y con el dorso desnudo expuesto al sol canicular de Magangué.

Anoche me llamó Alberto Meza, su hermano menor, y me dio la noticia que sospechaba que en cualquier momento me darían: «Mingo murió». Si, Domingo Meza Galvis murió a las 11:30 de la noche del martes 4 de enero de 2022. Descansó en la paz de Dios, luego de que una enfermedad terminal le hiciera colapsar sus pulmones.
 

Un abrazo solidario a cada uno de sus hermanos: Lucho, Joche, Alberto y Candelaria. A sus hijos. A su compañera Betty. Hace un año el covid se había llevado a Alfredo Meza Galvis. ¡Te quiero mucho, Domingo Meza, mi hermano!

El polvo cósmico se esparcirá en nuestra natal Magangué. Es un viaje sin retorno a este mundo lleno de angustia, perfidia y maldad. Pero, al mismo tiempo, este mismo mundo está lleno de esperanza y amor. Creo en el amor, el retorno al Ser, a tu interior. Allí está la verdad de las cosas. Allí te encontrarás con dos lobos: el lobo del amor y el lobo del terror. ¿Quién domina tu mente?

Polvo cósmico lleno de salsa

Recuerdo a Mingo con todos sus errores, pero con sus virtudes. Fue un hombre bueno. Conversador, el contador de historias, el mamagallista. Creo que eso lo heredó de mi tía Elsa Melia Galvis, su mamá, mamadora de gallo, como ella, ninguna. Ella era la gran amiga, la hermana de mi madre Teresa Moreno Martínez. Nos criaron en hermandad y en generosidad. 

Si Domingo Meza hubiese estudiado y explotado todas sus virtudes para relatar historias, hubiese sido un gran escritor, un excelente narrador. Él y yo compartíamos intereses comunes. Potencialidades comunes. Eso lo demostró cuando en Barranquilla lo llamé como lector de noticias en un espacio que tuve en Riomar de Todelar.

En homenaje a él, como despedida de ese largo viaje cósmico, sin retorno material, quiero recordar una de sus canciones favoritas que escuchábamos en alto volumen en la esquina de «Máquina Borracha» o en la sede de El Watussi: «¡Azúcar!» de Eddie Palmieri. 

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