
De la Consulta popular a la huelga general, el giro desesperado de Gustavo Petro y de su principal ariete, Armando Benedetti, es evidente. El tiempo presidencial se les agota. Todo indica que ahora el ego presidencial tomó las riendas del discurso presidencial matizado por la frustración y la desesperación. Todos los huevos los puso en una sola canasta: las reformas. Ahora el presidente parece un tigre acorralado. Se lanzó con su caballito de batalla: el discurso maniqueo.
Desde la noche del 20 de mayo han pasado varios días del discurso presidencial en el Paseo Bolívar de Barranquilla sin que la oposición y los petristas sepan lo que está sucediendo. Lo que los analistas no han visto es que ese discurso es un grito de desesperación. Esa polarización que encierra su relato, está impulsado por el desespero y por un falso dilema entre buenos y malos, corruptos y honestos.
Pero tal radicalización refleja la debilidad manifiesta del gobierno del Cambio que le faltan menos de 15 meses para decirle adiós a una falsa esperanza. Un gobierno que nació muerto porque ganó la presidencia con lo más cuestionado de las élites políticas dominantes. Predominó el principio de que «el fin justifica los medios».
Esa premisa determinó materialmente que traicionara la esperanza de una masa electoral que confío en su brillante discurso de justicia social. ¿Cómo el presidente Petro va a decir que lo traicionó el conservador Efraín José Cepeda Sarabia, conocido como «Fincho»? ¿Quién traicionó a quién? Cepeda fue fiel a lo que es. Petro no fue fiel a su discurso de campaña. Pero ya en el gobierno armó su primer gabinete con la mayoría de sus nuevos aliados. Por ejemplo, el ministerio del Transporte y otras dependencias se las entregó al partido conservador. Ahora sufre las consecuencias. ¿Quién es el responsable?
El mismo presidente Petro en el fatídico Consejo de Ministros del 4 de febrero de 2025 reconoció que si no fuera por sus alianzas non sancta, nunca hubiera ganado. A partir de esa fecha, el gobierno del Cambio entregó sus banderas de esperanza a la voracidad de un saltimbanqui profesional de la política: Armando Benedetti, el «Rasputín criollo».
Nadie, ni el petrista más dogmático puede negar que desde el mismo comienzo de su gobierno privilegió las componendas y los acuerdos con los diferentes sectores de una derecha anquilosada como sanguijuela en el poder estatal. Por esta razón -y no hay otra- el gobierno del Cambio fracasó para sacar adelante las reformas sociales soñadas. Ni siquiera su refuerzo pudo con la iniciativa más importante de la coyuntura: la consulta popular.
Por ende, hoy cunde la desesperación en el gobierno del Cambio que instrumentaliza el movimiento popular en frío como furgón de cola de sus pretensiones mesiánicas de salvar el país con las mentadas reformas.
Solo le faltan 15 meses y las grandes reformas se alejan cada día más. Su ministro estrella, Armando Benedetti, llegó al gobierno supuestamente para trazar un puente viable con esos congresistas que ahora son llamados «compradores de votos».
Antes, en el supuesto gobierno compartido, eran consentidos con contratos y plata en efectiva procedentes de los contratistas del Estado que la ciudadanía debe pagar. Pero también fracasaron estrepitosamente.
Con todo el poder presidencialista, con todo el presupuesto nacional y con toda la experiencia de Benedetti para voltear a los «buñuelos» del senado, la victoria se le diluyó por tres votos: 47 a favor y 49 en contra. Dos de ellos, Martha Peralta y Richard Fuelantala, representan la cuota indígena de sus partidos Mais y AICO, respectivamente. Se ausentaron por diversas razones. Pero en el fondo, tal ausencia encierra una sola razón: las promesas incumplidas. Así lo reconoció Fuelantala.
Allí reside la esencia del fracaso político del presidente Petro. No pudo sacar sus reformas, dizque porque el congreso no representa al pueblo sino a las élites malvadas. Pero también fracasará con la consulta popular y con la tal anunciada huelga general. Porque su discurso es incongruente, no se corresponde con su praxis de gobierno. Petro debe hablar menos y hacer más. Él debe ser un estadista y no un político de la oposición de izquierda.
Atrás quedó la aplanadora electoral en las primeras de cambio del gobierno. Hasta el primer semestre de 2023, el gobierno había sacado casi todo, hasta cuando llegaron las propuestas de reformas. Venció con 57 votos contra 16, el 22 de marzo de 2025, la moción de censura contra su ministra de Minas y Energía, Irene Vélez. Petro en el congreso fue una aplanadora. Y todavía hablaba de «golpe blando».
Cuando el presidente Petro andaba de «pipí cogido» con los conservadores, liberales, de la U, de Cambio Radical, ellos no eran políticos malvados. ¡No! Estaban unidos ―como se une la uña al mugre ― a una causa que justifica todo: el cambio. Pero el mugre corroyó la uña, como el barro oxida la espada. ¿Acaso, Petro no sabe que la corrosión de su gobierno es el resultado de estas alianzas? No tiene otra explicación.
¿Quién es el responsable? ¿Por qué buscó los votos de los corruptos y compartió el poder? Quería ganar la presidencia. Él sabía que con su caudal electoral no alcanzaba.