
Son las cuatro de la madrugada, afuera cae una lluvia menuda. De un momento a otro hace una pequeña tregua y luego acribilla sin piedad varias láminas de zinc de un viejo cobertizo que está sobre la calle. La lluvia continúa desgajándose y el sonido que hace al crepitar sobre el cristal, es parecido al de alguien que toca la ventana. Ha llegado el invierno me digo a mí mismo. A mi lado, veo la foto de «Negro», el perro callejero protagonista de esta historia. Les dicen callejeros porque son aquellos animales que llegada la noche no tienen donde recostar la cabeza. Les toca resguardarse en cualquier lugar y protegerse de bestias y depredadores de dos “patas” que les infligen castigo sin piedad y misericordia.
“Un país, una civilización se puede juzgar, por la forma en que trata a sus animales”.
Gandhi
«Negro» es un cachorro, de la raza de los labradores; todavía no cumple el año. Deambulaba por las calles del Barrio San silvestre de Barrancabermeja. Una de las teorías que cobra más fuerza es que al parecer fue atacado a machete por uno de esos depredadores, y en el costado de su cachete izquierdo le quedó una profunda herida, que al paso de los días se fue infectando. Así deambulaba con el jirón de carne colgándole sobre su mandíbula.
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Nadie veía a «Negro»
A «Negro» todo el mundo lo veía, pero nadie lo veía.
Una tarde cualquiera doblaba una calle polvorienta de ese barrio, con su destino sellado a cuestas, su suerte estaba echada, morir en cualquier basurero de los que pululan a las afueras de la ciudad; dicen que los perros saben el momento exacto cuando se acerca su fin, conocen el día de su partida de este mundo, por eso se aíslan de sus dueños para no causarles sufrimiento.
Son nobles y leales hasta el último suspiro. Ellos se aíslan en cualquier rincón del sitio donde viven para esperar su tránsito al más allá y esperar a sus dueños en el puente del arcoíris, según una antigua leyenda. Ese puente es un lugar donde los animales disfrutan de la vida con abundante comida, agua y un sol cálido. Corren y juegan en prados y colinas, completamente sanos y libres de dolor. Al parecer a «Negro» nadie lo iba a extrañar y mucho menos llorar, no tenía dolientes. Como su suerte sellada, seguía deambulando y esperando a que el reloj y la infección hicieran lo suyo.
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Rescatando a «Negro»
Una tarde fue avistado por dos ángeles, los cuales no voy a mencionar aquí; dicen que algunos ángeles no tienen nombre. Esos dos seres de luz lo rescataron y lo llevaron a una veterinaria de la ciudad, desde ese día, parecido al guion de una película, a esa obra de amor se le llamó “rescatando a «Negro»”.
La tragedia de «Negro» apenas comenzaba, la doctora que lo acogió, le detectó, entre muchos síntomas “ehrlichiosis” o enfermedad causada por la garrapata, la cual les produce fiebre, fatiga y pérdida de apetito. «Negro» seguía batallando por su vida. Quería vivir como todos los mortales herederos del “homo sapiens” que erramos por este planeta.
Una tarde fui a visitarlo y vi en su mirada suplicante y diáfana que no he encontrado en ningún ser humano, el deseo de perdonar y seguir viviendo. Cada vez que esos ángeles de luz, me hablaban de «Negro» “se me arrugaba el corazón”. Esos seres, toda una legión, de manera anónima hicieron campañas, colectas, para pagar el tratamiento y la estadía de negro en la veterinaria.
La compasión
Por eso en esta madrugada lluviosa de octubre, cuando la lluvia ha hecho la decimotercera tregua, pienso en la compasión, (que es la delgada línea que nos separa de las bestias) de esos ángeles y con un nudo en la garganta, decidí contar la historia de «Negro» .
Después de varias semanas tuvo una mejoría, y ya estaba listo para darlo en adopción. Pero había otro pequeño problema en la vida de «Negro».
En esta sociedad dominada por la estética, la apariencia y la máscara, «Negro» no tenía lugar, después de la cicatrización de su herida, le quedó un pequeño “defecto”, un pedazo de cuero le colgaba en una de sus mejillas. Se había acordado con una persona que administraba una finca a las afueras de la ciudad que lo recibiría, pero tenía que consultarlo son su mujer.
Pasado varios días nos llamó y de manera escueta nos dijo que no podía, que no podía recibirlo. Su mujer le había dicho que no. Hubo un silencio, casi de súplica por nuestra parte, ya que en ese sitio tendría espacio al lado de la naturaleza para pasar sus últimos días. Al final entendimos que negro había sido rechazado no por su color sino por su condición. Él, con sus grandes ojos color café, y “enmotado”, nos miraba de manera inocente sin saber que pasaba. Para ellos no existe, ni conocen la palabra rechazo.
Una verdadera película
Seguimos adelante con el guion de la película, Rescatando a «Negro». Fueron muchos los proponentes para una adopción responsable. Al final cuando le enviábamos las fotos de «Negro», no nos decían que no, pero no volvían a contestar llamadas ni mensajes.
Hasta que un día, casi que perdidas las esperanzas se aparecieron dos ángeles y uno de ellos, al cual la vida lo ha moldeado en medio de los buenos y de los malos, y que ha entendido que la mejor forma de vivir es servir, decidió que asumiría el costo de la operación de negro. Entonces, fue trasladado a una veterinaria de mayor complejidad y fue operado.
Otro de esos ángeles, quien va a sumir la adopción de «Negro», pasada su recuperación; de cuando en vez se quita las alas, se pone el overol y se le ve por la ciudad impartiendo talleres de oración y vida, de un tal Ignacio Larrañaga, sacerdote español, de la orden de los capuchinos quien vivió en la mitad del siglo XX. Su obra se ha difundido en treinta y tres países de tres continentes.
La reflexión
Hoy que me enviaron un video de negro, lo veo comiendo, con un collar isabelino sobre su cuello para que no se lastime la herida. Se ve curioso, parecido a una de esas damas del siglo XIX, extraída de una de las pinturas de Monet.
Caminado con alguien por el paseo de los estudiantes de esta ciudad, le comenté la historia que pensaba escribir sobre «Negro». Se detuvo en silencio y después de mirarme fijamente musitó:
─ ¿por qué se preocupan tanto por ese animal, mira que solo es un perro?
No le dije nada, y seguimos caminado en silencio, me vino a la mente como una epifanía, la escena de todo “el mierdero” que se formó al inicio de la película de acción y suspenso de Jhon Wick, solo porque le mataron su perro.
La persona que me acompaña se despide y sigo caminando, metido en mis cavilaciones, del otro lado de un muro, se escucha una canción de ronda infantil, “el puente está quebrado, con que lo curaremos” … me supongo que son unos niños que juegan tomados de la mano, imaginado restaurar ese puente imaginario. Y pienso, en qué momento se rompió esa delgada línea, esa conexión que existe entre los seres humanos y los animales. Muchas especies, se han extinguido y otros han abandono su hábitat ante el asedio de los depredadores que saben hablar.
Al final, termino pensando sin lugar a engaños: un humano que maltrata o le hace daño a un animal no puede ser buena persona.
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*Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB, 2018- 2019- 2021- 2023- 2024. En las categorías de crónica y reportajes.