El Día de la Madre en Colombia no deja de ser el más violento del año. El domingo 11 de mayo, las estadísticas de la Policía Nacional dicen que ese día hubo 61 homicidios, 11 más que los 50 del año pasado y 13 mil comparendos. ¿Por qué tanta violencia en un día que debe ser de amor hacia una figura venerada en la familia? ¿Por qué Alba Guerrero, madre y lideresa abnegada, al parecer, en Magangué, recibió de su hijo drogadicto 15 puñaladas? ¿Será que la sociedad colombiana está mentalmente enferma?
El 8 de mayo de 2022 publiqué el artículo Las madres paren hijos para la guerra y la corrupción. Causó un debate público, especialmente entre las feministas. El título parece provocador. Pareciera que le estuviésemos echando la culpa de la violencia y de la corrupción a esas mujeres que nos sostienen 9 meses en sus entrañas. Ellas que nos mantienen hasta cuando estamos en capacidad de alimentarnos por nuestro propio medio.
El culto a la madre
Sin embargo, con ese artículo quise explorar nuevas explicaciones sobre la relación entre la madre y la criminalidad, en una sociedad que le hace culto a la figura materna. En la relación cultural y familiar de América Latina, este culto a la madre esclaviza a la mujer con su rol de cuidadora, protectora y generadora de afectos, muchas veces no correspondidos.
Por esa razón, la celebración de ese día adquiere una carga emocional explosiva, especialmente en contextos de pobreza, abandono o frustración. En Colombia, generalmente en una familia existe un adicto o una “oveja negra”. Recordemos que existen 10 millones de víctimas afectadas mentalmente por el trauma de la guerra.
En este contexto, la madre sufre el dolor profundo de la violencia. Este dolor, sin que ella sea consciente, se lo transmite a su hijo. Con esta conducta repetitiva de generación en generación se produce un fenómeno que se llama epigenética.
Así, los patrones de violencia se reproducen con cada generación. Los hijos descarriados se convierten en los maltratadores, depredadores sexuales, psicópatas, sádicos o criminales indiferentes al dolor ajeno. ¿Y si es la madre la descarriada? Sin duda, esa familia queda despedazada.
Romper ataduras
Las madres pueden transformar los modelos de crianza. Pero no pueden hacerlo solas, y no pueden hacerlo si no saben que hay alternativas. La iglesia y la religión juegan un papel cohesionador del núcleo familiar. Pero muchas veces, la afiliación a una religión y a una iglesia produce rupturas familiares irreconciliables. De la misma manera como lo hace la política y la discriminación cultural y étnica.
Entonces ¿qué hacemos?
La clave es crear conciencia sin culpa. Las mujeres deben saber que vinieron al mundo no solo para parir y criar hijos. Ellas están para ser felices, incluso, sin cumplir con el rol que la sociedad patriarcal les ha impuesto. Tienen derecho a una sexualidad plena sin la condición de tener hijos. Peor, si estos hijos la sociedad los condiciona para la guerra y la criminalidad no vale la pena que los traiga al mundo.
Lo que una madre quiere, antes que nada, es ser feliz con sus hijos. No necesita ese falso culto que Pablo Escobar Gaviria desplegó en torno a Hermilda de los Dolores Gaviria Berrío, su madre. ¿Cuántos dolores le produjo su hijo que también le dio todo lo material que una madre puede recibir?
En los tiempo en que mi madre Teresa de Jesús Moreno Martínez estaba viva, ella sufrió cada dolor que yo sufría como periodista. Los atentados y las amenazas de muerte son los dolores que esta sociedad violenta e intolerante le quiere imponer a los que no piensan como ellos. En esta sociedad radicalizada como la colombiana, tu no tienes derecho a ser autónomo. ¡Libre! O buscar tu propio camino diferente a los que están enfrentados en la política o en la guerra por el poder. Ellos quieren que tu sea una ficha más de sus pretensiones.