El caimán de Tasajera. Uno así se le atravesó al conductor del carro cisterna siniestrado. Cortesía.

El caimán de Tasajera (isla de Salamanca) regresó muy tarde a su hábitat. Según el conductor del fatídico camión cisterna —placas WGV-913Manuel Castaño, a las 7:30 de la mañana del 6 de julio de 2020 avistó a la babilla. Su instinto de vida lo llevó a girar con fuerza la cabrilla. Invadió la berma. El pesado vehículo con 5.950 litros de gasolina quedó volcado lateralmente. Pero no explotó… por lo menos en los próximos 10 minutos. 

Ese día Manuel Castaño salió muy temprano desde Barranquilla. Pero el caimán de Tasajera le impidió llegar a Santa Marta, su destino final. Milagrosamente salió indemne del accidente para contar el cuento.

La tragedia

Los dos agentes que se retiraron antes de la explosión. Cortesía.

El conductor del vehículo salió con golpes y rasguños. No así 70 habitantes de Tasajera, municipio de Pueblo Viejo.  Las estadísticas de víctimas fatales crece todos los días.

Alguien del pueblo llamó para avisar sobre el volcamiento del carro cisterna. Y —como es costumbre— en menos de 10 minutos el camión era un enjambre de jóvenes y adultos dotados de pimpinas para extraer los 5.950 litros de combustible.

Pero no llegaron los que debían de llegar el personal de auxilio de la Ruta del Sol II, operador de la carretera. No llegaron los bomberos. Tampoco la policía de carretera. La concesión vial llegó después de la explosión. ¿Cuál será su responsabilidad en esta tragedia? Se paga un alto peaje, por lo que debe garantizar la seguridad vial. Hoy se volcó un nuevo camión. Afortunadamente el conductor salió herido. No hubo saqueo. Ruta del Sol llegó a los 5 minutos.

Dos policías de la estación de Tasajera arribaron antes de la explosión. Se escuchó en varios videos cómo les advertían a los improvisados «pimpineros» que el carro podría explotar. Mientras se veía una silueta que se encaramaba en la cabina y se introducía en su interior. 

El conductor, ya a salvo, gritó a la silueta que se deslizaba ágil y subrepticiamente sobre la cabina del carro cisterna:

¡Hey, llave, no desconecte la batería!

De la esperanza al infierno

La silueta humana despareció. Se lo tragó la cabina del camión. Iba por la enorme batería Mac que podría vender por $100 mil pesos. Dinero que representaba cinco días de rebusque en el peaje de Tasajera. Cinco días de comida. Cinco días para atender las necesidades de su familia. Cinco días —contrario a lo que pensaba— que explotaron en un segundo, una vez trató de desprender la batería Mac.

Cuatro días de un sueño que terminó en un segundo: su cuerpo quedó achicharrado de 50 centímetros de carbón de carne. Siete cuerpos yacían en el infierno de Dante. El escenario, realmente era dantesco.

Los sobrevivientes que salieron del infierno de Dante parecían embadurnados de maizena en una fiesta de carnaval. Y no del fatídico carrotanque que había explotado como si fuera la bomba de Hiroshima. La piel de los supervivientes era blanca, muy blanca. La dermis y la epidermis desaparecieron por las lengüetas de fuego intenso. El pelo churrusco. El olor a cacho era horrible, según los testigos.

La gente corría como loca. Iban a todas las direcciones con tanta velocidad que se parecían a Usain Bold, el mejor velocista de todos los tiempos. La diferencia era que los dientes de las víctimas se confundían con el color de su piel.

Hasta la hora que redacto este artículo, murió José Castillo Mejía, 25 años. El número 34 de la lista de fallecidos. Desafortunadamente la cifra de muertos de esta nueva tragedia superará lejos los 32 niños achicharrados en un bus escolar de Fundación (Magdalena) en 2014. Son 70 tasajeros internados en diferentes centros hospitalarios con quemaduras de segundo y tercer grado de hasta 90% de sus cuerpos. De los heridos, han muerto  27. El pronóstico es fatídico: podría superar las 40 víctimas.

¿Por qué Magdalena?

¿Por qué sucede todo esto en Magdalena? ¿Por qué cuando se vuelca un carro la gente no sale a socorrer sino a saquear? Existe una hipótesis que trataremos de sustentar con un enfoque de la historia contemporánea de esta región de la Costa Caribe. Para explicar la tragedia de Tasajera habría que abrir el lente en el análisis.

Si los de arriba tocan el acordeón ¿que harán los de abajo? La subcultura del saqueo no es originaria de los de abajo. Las élites del Magdalena, La Guajira y Cesar amasaron su riqueza con el saqueo, el despojo y el contrabando. Las tierras que hoy tienen, fue poseída con el despojo a los pequeños propietarios y campesinos pobres. La economía que forjaron la ligaron a lo ilegal: contrabando, bonanza marimbera y paramilitarismo.

Esas élites se aliaron con la Unite Fruit Company que propició una economía de enclave. Posteriormente heredaron sus propiedades en detrimento de los trabajadores que quedaron sin ningún sustento después de la «masacre de las bananeras» (5 de diciembre de 1928). Hecho novelizado por nuestro premio nobel Gabriel García Márquez en «Cien Años de Soledad».

El 4° más pobre

El gobernador del Magdalena, Carlos Caícedo, decretó 3 días de duelo.

El departamento del Magdalena tiene una riqueza diversa en su naturaleza y su cultura. Pero es un pueblo olvidado y empobrecido por una clase política y empresarial afanada por el dinero malhabido.

Según el Dane (2019), es el cuarto departamento más pobre del país. Del contrabando pasaron a la «bonanza marimbera» y después se enquistaron en el poder público. Construyeron un cacicazgo ligado a la mafia del contrabando, el narcotráfico y, por último, el paramilitarismo. La alcaldía de Santa Marta y la gobernación eran sus principales bastiones hasta cuando llegó el movimiento liderado por Carlos Caicedo y le arrebató su feudo político.

En consonancia con el DANE, según el indicador de pobreza monetaria (niveles económicos de la población), las regiones más pobres del país son Chocó (61,1%), La Guajira (53,7%); Cauca (50,5%); Magdalena (46,6%) y Córdoba (44,2%). En este top 5 de la pobreza, aparecen tres departamentos de la región Caribe.

Los orígenes

En los años 50, de Santa Marta surgió un joven fogoso que se convirtió en abogado. Gran orador. Defensor de la dictadura de Rojas Pinilla. Luego fue fugaz militante del Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) que dirigió Alfonso López Michelsen. Y en el esplendor de su carrera heredó el cacicazgo de su padre Rodrigo Vives de Andreis, terrateniente y dueño de gran parte de las tierras dejadas por la mal recordada  United Fruit Company. Se trata de José Ignacio Crispín Vives Echeverri, popularmente conocido como «Nacho Vives».

Las familias Vives, Gnecco y Cotes, de gran tradición política, económica y social del Cesar y Magdalena estuvieron ligadas al contrabando, la bonanza marimbera, el paramilitarismo y la especulación de la tierra. Lo mismo que la familia Dávila Armenta (Raúl, Eduardo Enrique y Pedro). Los dueños del Unión Magdalena.

La hermana de Nacho Vives, Elena Vives Echeverría, contrajo matrimonio con Luis Cotes Gnecco (hijo de Luis Miguel Cotes Vives y María Cristina Gnecco Campo). Éstos últimos, padres de la saliente gobernadora del Magdalena, Rosa Cotes Vives, quien fue reemplazada por un hombre que no viene de ninguno de sus linajes: Carlos Caicedo Omar.

Precisamente, fue Nacho Vives el principal abanderado para la construcción de la vía del Parque Isla de Salamanca que mandó a construir el presidente de facto Gustavo Rojas Pinilla en 1956.

Desde ese año se profundizó la pobreza de la población y el inicio de uno de los ecocidios más grandes de la humanidad y el más visible de Colombia, según opinión de los expertos en desarrollo sostenible. 

El caimán de Tasajera reclama su territorio

La naturaleza reclama lo suyo. Los caimanes o denominadas babillas (Caiman crocodilus), salen por las noches a alimentarse y muchos deben cruzar la carretera del ecocidio. Regresan a sus guaridas ya en la madrugada.

El Caimán de Tasajera, fue sorprendido por los rayos solares del Caribe resplandeciente. Probablemente no le alcanzó la noche para encontrar alimentos que cada día escasea. Recordemos que son reptiles carnívoros. Deben dedicar más tiempo en la búsqueda de comida. Así se alejan de sus zonas naturales para adentrarse a territorios que anteriormente les pertenecían.

Al construirse la carretera del ecocidio, cortó el flujo natural de aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta con el Mar Caribe. La carretera bloqueó el intercambio de aguas. El mar entraba a la ciénaga en momentos de marea alta y luego regresaba. Así se revitalizaba el cuerpo de agua, y le daba vida a los manglares y al ecosistema existente en la isla Salamanca y en el gran cuerpo de agua. 

El gran depredador

La Troncal del Caribe fue una de las obras maestras del antiguo Ministerio de Transportes y Carreteras. Enriqueció a las élites contrabandistas y marimberas de Santa Marta, Riohacha y Valledupar. Se convirtió en el principal depredador del medio ambiente. Destruyeron el ecosistema de la isla de Salamanca y la Ciénaga de Santa Marta.

Además del Caimán de Tasajera y todas las especies animal, el que más sufrió por el ecocidio fue el ser humano de esa región del Magdalena. En este cementerio de manglares está enclavado Pueblo Viejo y sus corregimientos, entre ellos, Tasajera. Pareciera que fueran pueblos malditos reducidos al hambre, la pobreza y el olvido.

La alta salinidad —provocada por la falta de agua dulce— acabó con 280 kilómetros de manglares que protegían la ciénaga de la erosión y de los cambios climáticos. Todavía quedan 57 kilómetros de manglares.

Aquí llegan las aves migratorias de América del Norte. Hacen una especie de parada técnica para abastecerse y recuperar energías para proseguir su largo viaje migratorio. Es esta la razón por la cual al Parque Isla de Salamanca se le conoce como «El aeropuerto de aves de América».

La carretera eliminó el ecosistema de miles de especies de flora, fauna y afectó sustantivamente la población ictiológica del inmenso espejo de agua que rodea gran parte de la isla de Salamanca. Los pescadores se empobrecieron ante las escasez de peces. Como consecuencia, viven del rebusque y la sobrevivencia diaria.

Un Estado sordo

Junto a la crisis del desarrollo sostenible, nos encontramos con un Estado sordo, ciego y mudo. Los gobiernos locales son productos de una clase política depredadora que despedazan los presupuestos en contratos que no se traducen en desarrollo para la población. El índice de las necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) es del 86%. 

En el barrio Adonay (Tasajera) la gente vive (literal) en medio de la basura. La juventud no tiene futuro. Un camino de delincuencia y prostitución le espera. La gente cree que ese marco de necesidades y pobreza es algo natural.

Si se vuelca una mula llena de víveres o de cualquier producto, es como si lloviera maná del cielo. Ese día los que se rebuscan en los peajes, los mototaxistas, pescadores, vendedores de chucherías, aseguran la comida para varios días.

Recuperar el entorno

A las 7:30 de la mañana —según Castaño— fue el accidente. A esa hora ya los caimanes y otras especies depredadoras deberían estar en sus hábitat. Se lo cogió el día.

Ya muy poco se ven tortugas, caimanes y el zorro manglero. El canto del ruiseñor languidece. Los nativos ya no escuchan en las mañanas su dulce trinar. Y por las tardes, tampoco divisan al «garzón soldado» y a los «coyongos». El ecocidio está acabando con esas especies. Pero sobre todo, con la calidad de vida de los seres humanos que habitan la zona.

El caso del Caimán de Tasajera no es el único. Según archivo de El Tiempo en la misma vía Barranquilla—Ciénaga, (abril 2009) en el kilómetro 39, a la altura del sector conocido como Barra Vieja, un caimán de casi 4 metros se atravesó la carretera. El vehículo no lo pudo esquivar y pasó sobre su cuerpo. El carro se volteó aparatosamente. Milagrosamente el conductor y sus ocupantes se salvaron. El gigante caimán murió. Se necesitó una grúa para despejar la vía.

Calamidad pública

La declaratoria de calamidad pública decretada por Carlos Caicedo, gobernador del Magdalena, para atender la emergencia de Tasajera, puede ser un medio para hacerle una intervención urgente a esas poblaciones azotadas por el ecocidio de la Troncal del Caribe.

Se necesita la concurrencia del gobierno central con el fin de apalancar recursos para reducir la pobreza de esas concentraciones de pobreza. No solo es un problema de NBI. Es educación, salud,  e ingresos.

Esa intervención debe tomar en cuenta el medio ambiental como eje principal para recuperar el entorno. ¿Cómo hace un pescador sin peces en la ciénaga? ¿Cómo recuperar la riqueza ictiológica de los cuerpos de agua?Es decir, que sería una intervención de gran envergadura. En la segunda entrega de esta serie analizaremos los ejes centrales de la intervención estatal del orden local, regional y nacional.

Seis días después de la tragedia, Tasajera es un hervidero. Los funerales interrumpieron el sopor del calor salitroso cotidiano. El cementerio del pueblo —corroído por el salitre— recibe la visita diaria de los familiares de las víctimas fatales.

Mientras tanto, los medios periodísticos y voceros del Estado se olvidan del ecocidio que empobreció más a la población y está extinguiendo a especie que como el caimán de Tasajera reclaman su territorio.

Share.