Portada de «La Aldea Debajo de la Montaña» de Bruno Elías Maduro.

«La Aldea Debajo de la Montaña»: «Para Eva, esas obligaciones que implican el gasto de la belleza se convertirán en satisfacciones diferentes  a los elogios por el cuerpo, y se transforman, en la mujer madura, en otros deleites, en placeres sencillos y ricos, los mismos que con el tiempo reemplazarán a las curvas sensuales de la juventud».

Este es el tono y el profundo contenido del tiempo psicológico que Bruno Elías Maduro trata de explorar en sus personajes de los 104 relatos y un epílogo de su primera novela «La Aldea Debajo de la Montaña».

«Lía Zawady es parca y silenciosa. Para ella, las mujeres no son un concepto, son una calamidad. Vivir aferrada a la imagen de un hombre como lo pide la sociedad, y no al varón real, hace parte de una desgracia social oculta. Aunque es mujer, no confía en ellas».

Bruno Elías Maduro —que no tiene nada que ver con el presidente de Venezuela Nicolás Maduro— más que un escritor, pareciera un sicoanalista que pone sobre el diván a los protagonistas de su nueva narrativa. Describe su perfil psicológico en el tiempo fútil del día. Encuentra sus contradicciones mentales, sus locuras en un realismo sicológico. Tiene los mismos escenarios, los mismos coloridos y los mismos olores de la región mágica de la Costa Caribe. Quizás este común denominador nos lleva a confundirla con la narrativa de «Cien Años de Soledad».  No podemos decir que es malo o bueno. Escribir con la mente caribe y  en el Caribe produce una narrativa común pero diferente.

¿Cien Años de Soledad o «La Aldea Debajo de la Montaña»?

No es «Cien Años de Soledad», de Gabriel García Márquez. ¿Se parece? Cada relato expresa el profundo dolor del cuerpo de sus protagonistas. Son personajes descritos en un escenario como si el tiempo se detuviera. Como si la violencia de la «Masacre de las Bananeras» fuera la misma descrita en el perfil psicológico de las 100 (¿cien?) mujeres que crearon La Aldea Debajo de la Montaña.

Maduro —a diferencia de García Márquez— no solo plasma cada palabra para describir el colorido, el tono y la frescura de sus personajes y escenarios. También les ausculta la sique y sus desviaciones. Sorpresa. El escritor no las juzga. Es más, no dice si son desviaciones. Frustraciones. Traumas de violencias pasadas. Las pone a consideración de sus lectores.

De hecho, La Aldea es totalmente diferente a Macondo. En el pueblo mágico de García Márquez el tiempo puede ser un aliado de sus personajes. En La Aldea de Bruno Elías Maduro, el tiempo es el principal enemigo de las mujeres… y de los hombres. Las curvas sensuales de Eva se van desapareciendo con la tiranía del tiempo administrado por Maduro. Mientras los Buendía esperan una segunda oportunidad en un tiempo definido, que García Márquez lo delimitó en 100 años. Para Maduro el tiempo es indefinido hasta la locura.

El fracaso en «La Aldea Debajo de la Montaña»

En la reseña del libro se dice:

«Si alguien quiere triunfar, debe prepararse para el combate contra el fracaso prefabricado que, desde antes de nacer, les está esperando en este mundo. Los primeros humanos que fundaron la civilización legaron la fuerza para esa lucha, la misma que busca el resurgimiento de lo humano cuando ha existido alguna catástrofe».

Esta narrativa es del ser humano derrotado pero no fracasado. Vive el fracaso como si fuera el camino ineluctable de la victoria esquiva.

En una de las conversaciones con Bruno, me dijo que La Aldea es un relato construido con una técnica pensada para el lector contemporáneo. Un lector agitado y sometido a la tiranía del tiempo. Pero más que al tiempo, yo diría, un lector distraído por millones de distractores de la Era Virtual.

«Tomando como base la región Caribe colombiana, sus grandiosos escenarios, y las costumbres de sus pobladores originarios, se construye una trama que conduce al lector por caminos siempre sorprendentes. En medio de esa narrativa se dejan entrever categorías y reflexiones que provienen de la filosofía, la psiquiatría, la anti-psiquiatría, el psicoanálisis, la historiografía, la etnografía y la antropología; disciplinas todas, que tejidas en el arte literario, colaboran para construir un relato desnudo, contado desde la esquina de la ternura poética de nuestro Caribe colombiano».

La Aldea Debajo de la Montaña fue sepultada por un inmenso derrumbe. Las entradas a ella quedaron cerradas. El único que sabía por donde se podía penetrar a la Aldea era Alfonso, el hijo de Mercedes, una anciana sobreviviente. Ahora, la vieja, arrugada por el tiempo tirano, vive en Mamatoco. La esperanza de volver a la Aldea Debajo de la Montaña era Alfonso. Pero éste tenía cien días sin dormir. Los psiquiatras diagnosticaron que había perdido la razón. ¿Volverán a la Aldea Debajo de la Montaña?

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