Aquí, una visita a la luz pública y no como «amante bandido», que le hice a Yolanda Wong cuando fue alcaldesa. Se puso cabrera, y hasta ahora no se por qué.

La metáfora del «amante bandido» me ha metido en un problema con las féminas ¿Cuántas mujeres desearían tener un amante? Amante sí, pero bandido no. Hablar en parábola o utilizar recursos literarios que nuestra rica lengua nos provee, no es fácil; mucho menos en el periodismo. ¿Por qué? Puede darse dos riesgos: o caemos en la chambonería o afectamos el buen nombre de las personas a las que nos referimos, pero lo del «amante bandido» lo entendió mal algunas líderesas de opinión y de ciertas personas que se sintieron irritadas por el uso del símil en el artículo que titulamos:

«Como ‹amante bandido›, ‹Juancho› se le metía en la noche a la exalcaldesa Wong por los contratos de Edurbe. ¿Tráfico de influencia? (III)»

Si queremos ahondar un poco en el uso de esos recursos lingüísticos, debemos beber de la fuente. Cuando era un pelao y estudiante de la facultad de Ciencias de la Comunicación y Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe, estudiamos la teoría de la comunicación y, en particular, a Ferdinand Saussure, uno de los pioneros del estructuralismo, sobre el significado y el significante para referirse al signo lingüístico. En este aspecto, estudiamos el significante y el significado como los principales fundamentos del signo. El significante es la parte física, material o sensorial del signo lingüístico. Es decir:

«La que se puede percibir por los sentidos porque tiene una naturaleza física: aquello que se oye cuando hablamos o lo que vemos cuando leemos. El significado es lo inmaterial, la idea o concepto evocado en nuestra mente». (Saussure).

Sin embargo, si uno bebe de la semiótica (ciencia del signo), la cosa es más compleja. Umberto Eco, por ejemplo, en «Tratado de semiótica» —retomando a Pierce y Saussure, y que amplíe en mi libro ¿Adiós a la guerra?— habla de tres elementos fundamentales que se deben tener en cuenta. El significante (lo que el emisor dice), el significado (la idea) y Eco le agrega la interpretación. Y en este punto empiezo a aclararle a los críticos del artículo «Como amante bandido». Voy al significado (la idea). Es un símil, porque el periodista utiliza el como (adverbio relativo) para denotar una comparación. ¿Cómo hacen los amantes para visitar a su amada cuando le está prohibido por razones morales o legales? Meterse furtivamente en las noches oscuras como cuando «Juancho» se le metía a la Wong en su despacho de alcaldesa. Fíjate, ahora te la volteé. Comparé la acción del «amante bandido» con la acción de «Juancho». Quienes han tenido un amor furtivo saben cómo es su comportamiento en las noches oscuras para visitar a su amada. Puede volarse la paredilla. Puede entrar por la ventana que su amada deja entreabierta. O entrar por la puerta cuando la ciudad o el pueblo duerme.

Cuando tenía 14 años, yo me volaba la cerca. Pero tenía un problema, en el patio había dos perros bravos. Cuando uno está enamorado de su musa, desafía los peligros. Y si te contara lo que me sucedía, te morirías de la risa. Miguel Bosé, en 1980, sacó uno de sus éxitos que los chicos de esa época bailábamos y nos la gozábamos.

«Seré tu amante bandido, bandido 
Corazón corazón malherido 
Seré tu amante cautivo, cautivo 
Seré auuuuhhh 
Pasión privada, dorado enemigo 
Huracán, huracán abatido 
Me perderé en un momento contigo 
Por siempre»

¿Que malo hay en esta comparación? ¿Le afecté los derechos subjetivos a mi querida Yolanda? ¿Sexismo? ¿Violencia de género? ¡No! Si la Red de Mujeres, encabezada por Rubiela Valderrama y algunas expertas en periodismo, me han endilgado que el titular  «Como ‹amante bandido›, ‹Juancho› se le metía en la noche a la exalcaldesa Wong por los contratos de Edurbe. ¿Tráfico de influencia? (III)» violenta los derechos de Yolanda Wong y de las mujeres. ¡Craso error! Si, es un error de comprensión lectora. Este es un mal que padece la mayoría de la población y que el ministerio de Educación debe atacar fuertemente, porque no basta con saber leer, sino también comprender. Y aquí Eco tiene razón, la comprensión es una construcción cultural que determina el comportamiento y la acción de los individuos. No es lo mismo decir mondá en Barranquilla o Cartagena que decirlo en Bogotá. O chucha.

Ahora bien, desde el enfoque de los derechos humanos, cito la sentencia del caso «Kimel vs. Argentina» de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que me sirvió para ganarle el pleito al presidente del senado de aquella época, Javier Cáceres Leal, quien me hizo condenar en primera instancia por injuria con un juez venal y un fiscal adocenado:

«(…) en la arena del debate sobre temas de alto interés público, no sólo se protege la emisión de expresiones inofensivas o bien recibidas por la opinión pública, sino también la de aquellas que chocan, irritan o inquietan a los funcionarios públicos o a un sector cualquiera de la población. En una sociedad democrática, la prensa debe informar ampliamente sobre cuestiones de interés público, que afectan bienes sociales, y los funcionarios rendir cuentas de su actuación en el ejercicio de sus tareas públicas».

¿Cómo te quedó el ojo Rubiela Valderrama, mi amiga y compañera de lucha por los derechos de las féminas y presidenta de la Red de Mujeres? Lo extraño es que mi colega Ada Echenique y la presidente de Fecolper, Adriana Hurtado, parecen que desconocen el sonado caso que tuve con el exsenador Cáceres a quien yo le decía «todopoderoso», o el «cazador cazado» cuando descubrí que fomentó el paramilitarismo al reunirse con comandantes de estos «escuadrones de la muerte» para hacerse elegir senador. ¡Cáceres terminó preso y yo libre! Pero mi familia y yo sufrimos mucho. Hasta me tuve que ir a vivir al exilio en Bogotá —con mi hijo menor— para salvar mi vida. ¿Sabías que era un padre cabeza de familia que, al mismo tiempo, debía ser como «una madre»? A mis hijos les hacía lo que culturalmente se le atribuye a las madres: estar pendiente de su educación, formación del ser, enseñarles a jugar, a nadar, a montar bicicleta, a ayudarle a alistarse. Les cocinaba, les bañaba, les ayuda a vestir, les leía los libros, y los dormía. ¿Perdí mi masculinidad con este «comportamiento de madre»? De ninguna manera. El género masculino es una construcción cultural como la interpretación que se le puede dar al «amante bandido».

Mi padre Juan de la Cruz Torres Ortega, me enseñó amar a la mujer, y fui criado por dos mujeres, Teresa de Jesús Moreno Martínez, mi madre, y Ana Luisa Martínez Sanes, mi abuela. Ellas, aunque eran muy pocas letradas, incluso, mi abuela era analfabeta, me enseñaron a hablar en parábola o con dichos populares. ¡Las amo hasta la eternidad, porque cuando murieron, el mundo lloraba mientras ellas se regocijaban. ¿Quién te llorará cuando tu corazón se detenga para dejar este mundo? ¿Cómo te recordarán, como cuando yo recuerdo a mi madre y a mi abuela?

Para resarcir a la exalcaldesa Yolanda Wong, y que no se sienta maltratada por lo de «amante bandido», le voy a soltar esta estrofa de una de mis canciones favoritas de Pablo Milanés, y que se la he tarareado a todas las mujeres que he tenido en mi vida, especialmente a las que conocieron mi amor carnal. Para ti, mi querida Yolanda:

«Cuando te vi sabia que era cierto
Este temor de hallarme descubierto
Tu me desnudas con siete razones
Me abres el pecho siempre que me colmas
De amores
De amores
Eternamente… Yolanda».

https://youtu.be/sct0-7rs2zY

El «amante bandido» es una metáfora que quiso dar a entender cómo se expolia el dinero de los cartageneros a hurtadillas. Hay que mejorar la comprensión lectora, profesoras, y buscar el fondo y su razón. Por eso, esta es una declaración de amor a Yolanda, la mujer. Pero una reprensión a la servidora pública que recibe a hurtadillas a un exconvicto como “amante bandido”. ¡Suficiente ilustración!

NOTA AL MARGEN: Vale la pena que opinen los lectores, especialmente mis amadas lectoras. Abro el foro en esta página.

Share.