La majestuosa Nueva Plaza de Toros ya no será para que la élite deleite sus bajos instintos violentos. Hablaremos con el alcalde Dumek para que la convierta en una Plaza de la Paz. Y le diremos cómo./VoxPopuli Digital.
La majestuosa Nueva Plaza de Toros ya no será para que la élite deleite sus bajos instintos violentos que el ser humano tiene. Hablaremos con el alcalde Dumek para que la convierta en una Plaza de la Paz. Y le diremos cómo./VoxPopuli Digital.

A las 5 de la tarde del 21 de junio de 2024, escuché gritos de alegría cuando la vieja Plaza de Toros moría. Y no era la Santamaría de Bogotá que en la alcaldía de Petro le dieron una cornada mortal. Era la de Cartagena, que ahora se alzaba de las ruinas. En la Nueva Plaza de Toros, la arena se tiñó de rojo. Allí estuve. Ven y te cuento esa historia.

Esa tarde brilló el rojo. Pero no era el rojo de la sangre de miles de ejemplares que murieron con la estocada mortal del torero. O la sangre de aquellos toreros que sucumbieron a una mala tarde por causa de la brisa marina cartagenera que le cambiaba el curso de su muleta. Ni mucho menos era la sangre derramada de centenares de miles de compatriotas sacrificados por un conflicto armado que, como la tauromaquia, tiene dos siglos de existencia.

El arraigo cultural de las fiestas de toros no se puede sacar por decreto. Se acabaron las corralejas de Sincelejo, pero se multiplicaron en los pueblos sabaneros de Sucre, Córdoba y Bolívar. ¿Por qué razón? Para entender este fenómeno te doy las claves en mi libro ¿Adiós a la guerra? Este libro fue indexado por la Universidad Externado. Es uno de los más consultados por investigadores que exploran otra explicación a la violencia humana. Hasta investigadores de Europa me han venido a entrevistar sobre el tema referenciado por la viceministra de Diálogo Social, Lilia Solano.

La arena de rojo

Cuando José Ortega Cano le agradecía a Gustavo García, el cirujano  cartagenero que le salvó la vida ese 6 de enero de 1995. Plaza de Toros/Cortesía.
Cuando José Ortega Cano le agradecía a Gustavo García, el cirujano cartagenero que le salvó la vida ese 6 de enero de 1995./Cortesía.

Ese rojo carmesí que esa tarde ví, no fue la sangre del torero sevillano José Ortega Cano que derramó el 6 de enero de 1995 en aquella faena de la arena de Cartagena. Esa mala tarde para el español ―que toreaba (¡vaya finura!) con mucha hondura, como cantaba Rocío Jurado, su compañera de amor, en el famoso pasodoble― recibió una cornada de 15 centímetros del cacho derecho de «Buenmocito». Un ejemplar de Mondoñedo, colorado y cornicorto, según el periodista especializado Guillermo Rodríguez. El cuerno se incrustó en el costillar derecho del matador dejándolo moribundo.

Esa fue una herida que obligó al obispo auxiliar de Cartagena darle la extremaunción al torero a pedido de su esposa. Pero el rojo del viernes 21 de junio tampoco era la de los toros. ¡No! Era el rojo de la libertad. Una arena roja libre de violencia humana asociada al maltrato animal. Así lo prometieron el presidente Petro y el alcalde Dumek.

Lo destacable y flojo de la tarde

El obispo auxiliar de Cartagena, Mons. Sebastián Chico Martínez dio la oración de la paz en la Plaza de Toros./Cortesía Arquidiócesis de Cartagena.
El obispo auxiliar de Cartagena, Mons. Sebastián Chico Martínez dio la oración de la paz en la Plaza de Toros./Cortesía Arquidiócesis de Cartagena.

Además del rojo de la libertad, como periodista de análisis debo destacar la oración pronunciada por el obispo auxiliar de Cartagena, Mons. Sebastián Chico Martínez. Fue una loa a la paz. Creo que muy pocos de los presentes la escucharon con atención.

No obstante, lo único flojo de la tarde fue el tal conversatorio que no tocó lo esencial: el desafío de Dumek para resignificar el uso de la plaza como un sitio de convivencia pacífica. Mientras ellos conversaban, en la arena se formaban microconversatorios sobre temas ajenos a la plaza.

Tampoco ví al Ministro de Cultura para hablar de la resignificación de la que fuera el monumento de la violencia animal en toda la costa Caribe.

Pero la libertad no se decreta

Allí la ví, muy monumental ella. Resplandeciente. Majestuosa. Colorida. Cuadrilonga. Libre de violencia animal por cuyos laberintos jamás correrá un animal con destino al sacrificio para saciar el ansia de violencia de los espectadores. Ello no significa que ahora a los animales no debemos tocarlos, como lo pregonan algunos fundamentalistas y fanáticos animalistas. La pregunta clave: ¿La Plaza de Toros será ahora libre de violencia humana? Se duda. Un toque del Imperio Vs. el Rey de Rocha en la arena de la Nueva Plaza de Toros ¿podría ser detonante de violencia urbana dentro o fuera del coso taurino? ¿Tendrían que prohibir el perico y el licor dentro de ella? Sin estigmatizar, a esto hay que ponerle mucha atención.

Como la libertad no se decreta, la conducta humana no es moldeada por decretos prohibitivos o liberativos. Cuando se decretó la libertad de los negros esclavizados en Colombia, la mayoría regresó a sus amos para trabajarle sin paga en sus haciendas. Solo querían un sitio para comer y vivir.

El 17 de junio cumplimos 53 años de la «guerra mundial contra las drogas». ¿Se acabó la adicción, la producción y el comercio de blanca nieve? Por supuesto que no. Se multiplicó. Un hábito debe ser reemplazado por otro. Los hábitos, como dicen los expertos, pueden ser moldeados por la costumbre y se transforman en hechos inconscientes del ser humano.

Por ejemplo, el hábito de ir a la Plaza de Toros y ver matar a un toro o al torero tiene una motivación secundaria (emocional) como la de ir a un concierto o un evento deportivo. Se trata de explotar la emoción por la violencia o la acción. Otros canalizan esa motivación en ver películas sangrientas o noticias donde corre la sangre. Las películas más taquilleras son las de sangre, acción pura. Si el hecho violento es real o fingido tiene la misma consecuencia en la psique del niño o del adulto. Eso es lo que aprenden los niños en una sociedad tan hiperviolenta como la colombiana o mexicana. Pero, también pueden aprender con buenas historias relatadas con una resignificación de esos mismos hechos.

La ley prohibitiva: «No más ¡olé!»

Una tarde de toros es mala cuando la arena no se tiñe de rojo con la sangre del toro o del torero, ya sea en la plaza o en la corraleja. En realidad, los espectadores esperan que sea la sangre del matador o del mantero la que pringue la arena.

Si en la arena de las plazas o corralejas no hay sangre, será una tarde mala.

¿Cómo estuvo la tarde?
Mala, no hubo muerto ni herido.

Parafraseo de conversaciones de aficionados a la fiesta brava.

¿Cómo se puede cambiar esa mentalidad? Ese es el reto de gobernantes y de la misma sociedad. Pero también es una tarea de la escuela y de la familia.

Recordemos. Para la aprobación de la ley que prohíbe las corridas de toros, se destacó el papel de los senadores Esmeralda Hernández Silva, Alexander López Maya, Jonathan Pulido Hernández, Sandra Ramírez Lobo Silva y Aída Yolanda Avella Esquivel, entre otros, tuvo como ponente para el segundo debate a la senadora Sandra Janeth Jaimes Cruz del Pacto Histórico.

Una tarde sin Dumek

Vale subrayar la ausencia del alcalde Dumek Turbay Paz. Se encontraba atento a su hijo menor de 12 años que estaba con quebrantos de salud. Para el alcalde, lo primero es lo primero: su familia. No se dejó atraer por las luces, los bombos, los platillos, los cantos y los juegos pirotécnicos que cerraron la inauguración de la nueva monumental.

Esa tarde que moría el viejo coso, inaugurado por Misael Pastrana Borrero (1974) con una fina faena de Joselillo de Colombia, fue condenada al olvido por la desidia de las administraciones de Cartagena. Antes de Dumek, la Plaza de Toros ya estaba muerta. Allí ya no se lucían esos trajes de luces de toreros famosos colombianos como Joselillo o Pepe Cáceres. O de matadores de alto cartel como El Cordobés o José Ortega Cano quienes hicieron del toreo un arte.

Sí, aunque a los animalistas a ultranza lo rechacen, el toreo fue transformado en un arte y se incorporó en la cultura de las élites y de las masas populares como una actividad festiva y atractiva. Las fiestas bravas reemplazaron los torneos de gladiadores de los circos romanos, donde los emperadores tenían el poder de indultar al vencido. Pero, las masas alienadas por la violencia, pedían sangre en la arena.

50 años

Por tanto, después de 50 años, la tarde del viernes 21 de junio de 2024, nacía la Nueva Plaza de Toros Cartagena de Indias.

A la nueva inauguración asistieron algunas personalidades del ámbito local y nacional. Allí ví a Raimundo Angulo Pizarro con su sombrero a lo Carlos Pizarro. Quizás Pizarro homenajeaba a Raimundo Angulo. Un sombrero que rememora aquella época de jóvenes cuando los dos cartageneros, desprovistos de la fama de hoy, se codeaban con la élite cartagenera. En el conversatorio, coordinado por Boris García, fue invitada la senadora Andrea Padilla. La parlamentaria, animalista reconocida, fue una animadora del proyecto de ley que prohíbe las corridos de toros. Contó con la coautoría del gobierno nacional y la bancada del Pacto Histórico.

Petro y la muerte de la Plaza de Toros

Con la muerte de la vieja Plaza de Toros, también muere un turismo de alto turmequé que llegaba a Cartagena en las grandes temporadas taurinas. Se acabarán esos hombres con sus trajes de luces muy ceñidos a sus cuerpos. Pero, igualmente, nacía la ley que proscribe esta actividad cultural y artística. Ley que en su momento destacó el presidente Gustavo Petro, el autor intelectual de la muerte de estas plazas. Una muerte gozosa para animalistas. En cambio, los trabajadores asociados al mercado taurino la consideran una desgracia.

Resignificar el uso de La Plaza de Toros

Si bien con la ley quedaron atrás 200 años de historia taurina, también una industria y un mercado cultural significativo. Fueron dos siglos de fiesta brava de comienzo o mitad de año que extasiaba a una élite con la violencia espectáculo. Esa élite llevaba a sus hijos, incluso a toda la familia, para que vieran cómo el torero le daba la estocada capital al fino animal.

-Dime, torero, ¿morirá mi toro?
-Si, nenita mía, morirá, morirá.

Cartilla Coquito.

Esos versos me entristecieron en mis tiempos de pelaito. Y no entendía por qué el torero debía matar al toro. Recuerdo una escena que vi por TV cuando el matador le dio la estocada al toro bravo que murió estrellado al burladero más cercano. Aunque en ediciones recientes la cartilla Coquito ―seguramente siguiendo preceptos de pedagogos y psicólogos― resignificó la respuesta del matador frente a la inocente pregunta de la niña.

-No, nenita mía, tu toro no morirá

Ello es un ejemplo de cómo se puede resignificar una costumbre arraigada en la mentalidad colectiva de una sociedad.

¿Será un cambio de mano? La violencia animal no se acaba si no se ataca las causas de la violencia humana como se explica en mi libro ¿Adiós a la guerra? (Ver la indexación que hizo la Universidad Externado de ese libro, uno de los más consultados por la nueva generación de investigadores de la violencia) ¿Las causas? Este es otro debate que podría extender este análisis. Se deja allí, parodiando a Diomedes Díaz.

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