Marion Barry alcalde popular que cayó por bazuco. Cortesía Wikipedia.

Marion Barry, alcalde de Washington (1990), era un afrodescendiente que había sido reelegido por cuarta vez en la capital del imperio. Muchos de sus seguidores lo admiraban. Los suburbios habitados por afrodescendientes lo amaban. Pero tenía un problema que algún periodista se atrevió a sacar a la luz pública: se daba por la torre. Y con bazuco, que no es lo mismo.

En defensa de Dau

Treinta años después publiqué el artículo Señor alcalde ¿usted es adicto? Y algunos de sus calanchines salieron en su defensa. Desde “el escribidor” hasta un acólito del pastor Miguel Arrázola, Guillermo Gómez, quien fue precandidato a la alcaldía designado por un “profeta” de Argentina que llegó en 2019 a la iglesia Ríos de Vida. (Los acólitos del tristemente célebre pastor de las Lucas y del Tractor se unen contra Lucio).

Chicos, se equivocaron. Yo no lo acuso. No soy fiscal para acusarlo. Tampoco soy juez para condenarlo. Pero como ejerzo un periodismo de control social, nuestro alcalde debe estar sobrio 24/7. El alcalde no se puede perder un día, ni dos ni tres. Eso ha hecho William Dau Chamat. Defiendan al pueblo, no al gobernante. El gobernante se defiende solo.

El derecho de petición publicado con ese artículo está caminando. Dau debe responderme. Le agrego: ¿Fuma bazuco y marihuana revuelto con tabaco? Le tengo misericordia. Por eso le doy la oportunidad para que se desnude ante la opinión pública y no le suceda lo que le sucedió hace 30 años al alcalde de Washington, Marion Barry.

Cayó y de la peor manera. No quiero que Dau caiga así. Ataco la adicción, pero defiendo al adicto. Ataco la corrupción, pero defiendo al ser humano.

El infierno

La adicción es un infierno en la tierra. Hemos coadyuvado en la rehabilitación de adictos en hogares terapéuticos. Pero, sobre todo, en la prevención.

Miles de niños caen en las garras de la adicción. Las instituciones educativas son azotadas por este flagelo. Algunos de los jóvenes que siguen al alcalde Dau están perdidos en la drogadicción. Pregunte en la Universidad de Cartagena quiénes son Los cucarachos, y cómo tienen azotada con chimeneas de marihuana cierta zona de la sede de San Agustín.

El Bronx está en la memoria de los colombianos como el infierno de la adicción. Miles de corroídas personas vivían secuestradas en esas cuadras bogotanas. Su secuestrador masivo era el bazuco.  En tanto en la capital del imperio, Mario Barry, (alcalde de Washington, 1990), personificó al gobernante secuestrado por el crack.

Un alcalde bazuquero

El alcalde de Washington, en su cuarta reelección, fue detenido por el FBI fumando bazuco. Lo capturaron luego de darse por la cabeza con una pipa… llena de crack, marihuana y tabaco. Esa noche era seducido por una mujer, su novia. Era una noche de sexo, alcohol, y tabaco. Pero en pocos minutos se transformó en el despertar de un infierno.

Ese día Marion Barry comprendió la gravedad de su adicción. Lo detuvieron. Lo procesaron. Lo condenaron. Fueron indulgentes con él. Pagó seis meses de cárcel. Pero su futuro político se derrumbó.

El dedo en la llaga

Tocar temas tabúes es complicado para un periodista. Hablar con seriedad de la adicción de un gobernante no es fácil. La seducción del poder lleva a que el periodista reciba la peor parte cuando advierte el peligro a la sociedad. A veces somos aves de mal agüero. Un periodista no tiene que alabar al gobernante, pero sí sobresaltar sus buenas acciones. Para esto fue elegido.

Al principio, muchos no creen. Les parece inverosímil la historia. Pues, surgen defensores acérrimos seducidos por el poder y el gobernante. Estos atacan al periodista. Quizás guiados por una horda digital que desconoce su verdadero sentido de la vida y se ahoga en ese mundo virtual que es adictivo como el bazuco.

Esos defensores se lanzan como perros de presas y otros como perros falderos. Pero, al final, terminan su vida como perros en misa, unos. Y otros como perros sarnosos que ni su propio amo los quiere cerca.

Periodista empleado

“El escribidor”, quien aspira a una Ops de Dau, dotado de una pluma trabada como su amo, no tiene nada que decir contra mí. Nunca me he fumado un cigarrillo de tabaco, mucho menos de marihuana o de bazuco. ¿Por qué? Mi cerebro no es adictivo.

Nunca he estado al servicio de nadie. Cuando comenzaba el periodismo fui empleado de RCN, Caracol y Olímpica. Tuve la entereza de renunciar cuando me gradué de comunicador social periodismo en la Universidad Autónoma del Caribe.

Con el respeto que se merecen mis colegas empleados, uno no puede ser periodista cuando tiene un sueldo. Y no me he muerto de hambre, pues desde muy joven soy un emprendedor en los medios de comunicación.

Recuerdo que en 1992 cuando llevamos a la alcaldía al padre Bernardo Hoyos, teníamos uno de los informativos más escuchado de la radio barranquillera, La Silla Caliente. Estábamos en el poder, y no fui capaz de renunciar a mi periodismo para ser secretario de gabinete.

Y aun cuando defendía la administración, fui capaz de cuestionarla cuando veía su torcedura. Recuerdo que una vez el padre Hoyos me dijo: “Tu hablas mierda, pero eres buena persona. Claro, a Hoyos no le gustaba que yo le dijera la verdad monda lironda.

Cartagena se merece su alcalde

Joseph de Maistre (1753-1821) dijo en alguna oportunidad:

«Cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece».

Posteriormente el francés André Malraux (1901-1976), dijo:

«El problema no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen».

Si alias Popeye -el lugarteniente de Pablo Escobar, ya fallecido- se hubiese lanzado como candidato a la alcaldía de Medellín, probablemente hubiese sido elegido alcalde. Bastaba con decir que los culpables de la desgracia de esa ciudad eran los políticos corruptos y, especialmente, el concejo. Y seguro que hubiese ganado la alcaldía.

Eso fue lo que pasó en Cartagena. La ciudad escogió al peor de los candidatos. Y en estos 100 días, ha sido el peor alcalde que ha tenido la ciudad. Duramente cuestionado por actos de corrupción en la contratación de la emergencia del Covid—19 sin que el procurador Fernando Carrillo se entere. Dicen en los mentideres que es un protegido de la Procuraduría.

¿La ciudadanía estudió sus antecedentes? No. ¿Analizó lo que proponía? No. ¿Preguntó con quién iba a gobernar? No. ¿Escudriñó su vida personal y profesional? No.

El cerebro adicto secuestra la razón y la voluntad, dicen los neurólogos. De hecho, un alcalde adicto está impedido para gobernar. Pero si la adicción es por el bazuco, su situación físico-emocional es grave. Eso fue lo que le sucedió al alcalde de Washington (1990), Marion Barry.

El bazuco

En los años 80 y 90 el crack era el furor en los Estados Unidos. Lo fumaban los blancos y los negros. Los latinos y los asiáticos. Barry lo hacía acompañado de una strawberry (dama que daba sexo por droga), y algunos de su círculo más cercano lo sabía.

En alguna oportunidad el Washington Post se refirió al testimonio de un antiguo amigo suyo que reveló la adicción del alcalde de Washington, pero hubo un gran sector de la población que lo consideró discriminatorio. Barry era afrodescendiente.

Un adicto al crack. Ese era Barry. Era el alcalde de Washington. Lo negaba todo, hasta cuando fue capturado fumando la pipa del bazuco. La adicción es una enfermedad donde el individuo vive en constante negación. Barry murió casi olvidado en un hospital oficial de Washington.

Señor alcalde ¿es usted adicto?

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